ENTRE EL ARADO. El escultor pasea por la obra que acaba de instalar en uno de los balcones del museo. / LUIS ÁNGEL GÓMEZ
RICHARD SERRA ARTISTA MORANTE DE LA PUEBLA MATADOR DE TOROS

«Estoy en el mercado, pero no trabajo por dinero»

Presentó ayer en el Guggenheim la instalación de una de sus esculturas, 'Plow', dos planchas de acero de ocho toneladas

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Acaba de llegar de Londres y hoy estará en Madrid, en el Reina Sofía, inaugurando la segunda versión su escultura Equal-Parallel/Guernica-Bengasi, de 38 toneladas. La primera desapareció misteriosamente pese a que no debió de ser fácil esconderla, y ahora Richard Serra y el museo madrileño han querido llenar ese pesado vacío con una pieza idéntica. En su viaje entre las dos ciudades aprovechó ese par de días para supervisar la colocación en el Guggenheim de Plow (Arado), un pieza de 1992, que «se clava en la tierra y la surca», según explica mientras realiza un dibujo a lápiz en su inseparable cuaderno. Con esta escultura son ya nueve las que exponen en el museo, las ocho de La materia del tiempo y Serpiente en el interior, y ésta en el exterior, dos planchas de acero de ocho toneladas cada una ubicadas en un discreto balcón de la planta baja.

-¿Cómo influye que las esculturas se sitúen en un espacio cerrado o en uno abierto?

-Las experiencias para el espectador son totalmente distintas. Las piezas en el interior movilizan las sensaciones de circulación, del cuerpo en movimiento, de los espacios con líneas muy claras de contención. La que acabamos de instalar en la balconada se relaciona con el peso, con lo estático, con la contemplación del equilibrio, Unas cambian a medida que te mueves, la otra permanece donde está, clavada en el suelo.

-Por este museo circulan, fundamentalmente, ciudadanos de Bilbao, turistas y aficionados al arte, además de profesionales. ¿Lo verán de formas distintas?

-Hay tantos espectadores como personas y meterlos a todos en tres o cuatro categorías me parece poco realista. Todos somos distintos, hemos nacido en un día y a una hora, tenemos nuestra historia personal, privada, y conocemos más o menos nuestra herencia cultural. Además, para ver una de mis esculturas no necesitas saber mucha historia del arte. Lo único que tienes que hacer es andar alrededor de ella. Mis esculturas constriñen o expanden el espacio, lo modifican, te emplazan en una nueva situación que altera tu percepción y que te hace preguntarte dónde estás.

-¿Son estas esculturas grandes los momumentos del siglo XX y XXI?

-No, no lo creo. Un momunento del siglo XIX representaba a una persona, un lugar o un hecho histórico, y el artista tenía que someterse al personaje, a su fama, ya que cumplía unos fines ideológicos concretos, generalmente mantener una visión populista de la historia. En un distrito de Estados Unidos donde sólo viven indios, hay una estatua del general Custer, que trató de eliminarlos a todos. De ese tipo son los monumentos del XIX.

-Y ahora la cosa no va por ahí.

-Mis esculturas no tratan de acontecimientos, sino de la gente, de de tus percepciones, de tu cuerpo en un lugar específico, y de las sensaciones que se derivan de cuando estás caminando dentro o alrededor de ellas. Todo lo que tienes que hacer es exponerte, estar abierto a tener una experiencia para que tus sensaciones cambien. Ésa es la posibilidad que te ofrece el arte.

Caras familiares

-¿No hay una contradicción entre esas intenciones tan puras y el hecho de que el arte se rija por las leyes del mercado?

-Mis obras se relacionan con el contexto en que se ubican. No hago objetos o mercancías que se puedan vender aquí y allá. Todos estamos en el mercado, pero mi obra no está motivada por el deseo de vender. No trabajo por dinero. Mis piezas no están hechas para servir a intereses mercantiles.

-Su padre era de Mallorca y Bilbao se ha convertido en el centro mundial de su obra. ¿Cómo lo vive?

-Cuando estoy en España y miro las caras de la gente pienso que hay muchas personas que se parecen a mí. Es algo me produce orgullo y algo de vergüenza, igual que cuando te encuentras con un familiar lejano.

-¿No habla español?

-Lo hablaba cuando era niño. Mi madre era rusojudía.

-Y esa pasión suya por el dibujo, ¿de dónde viene?

-Para mí el dibujo es una actividad autónoma que no tiene nada que ver con la escultura. He dibujado durante toda mi vida y lo voy a seguir haciendo. El siguiente mes voy a exponer mis dibujos en la galería de Larry Gagosian en Nueva York. Cuando estoy en ellos, me puedo concentrar con más facilidad en mis necesidades interiores. Me siento relajado. En vez de hacer modelos o maquetas, prefiero dibujar primero.

Para ver y tocar

-Sus esculturas de acero ¿son para tocar?

--Si quieres tocarlas, tócalas. La materia impone su propia forma. No puedes hacer la misma escultura en madera que en acero, en cristal o en yeso. Como artista, tengo que abrir bien los ojos para saber la forma que me están pidiendo los materiales y hacerla mía, para que se convierta en mi propia invención.

-¿Y el tamaño?

-El tamaño me lo da mi preocupación por las escalas, por los tamaños en relación a nuestro cuerpo y a nuestros movimientos.

-Si mira hacia pasado, ¿cómo ve su trayectoria?

-Todo sale del trabajo y procuro no mirar mucho hacia atrás. Siento que me quedan muchas cosas por hacer y me gusta tener los caminos abiertos. Ya estoy pensando en un proyecto que quizá me encarguen para Dunkerque.

-¿Siente la misma emoción y la misma energía que al principio?

-Es interesante. Me han puesto una rodilla nueva, de titanio. Hasta entonces nunca pensé que pudiera haber algo que interfiriese con las cosas que quería hacer. Cuando te ponen una rodilla nueva, te das cuenta de que ya no puedes subir las escaleras del mismo modo que antes. Pero mi emoción por el arte sigue intacta.