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Mario Maya

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a noticia nos sorprendió a todos en plena Bienal de Sevilla, cuando las primeras lluvias otoñales se aliaron con el anuncio de la muerte del gran coreógrafo y bailaor Mario Maya. Artistas y compañeros se unieron en el dolor a tan irreparable pérdida. Apenas nos damos cuenta, pero en los últimos años estamos perdiendo unas figuras tan trascendentales para nuestro arte que sus cimientos se están resintiendo de veras. Y Mario fue una de estas columnas vertebrales sin las cuáles sería muy difícil comprender el devenir histórico del baile flamenco. Entendiendo el mismo de una forma global e íntegra. Él mismo luchó en sus intensas apariciones en público para dignificar la tradición gestual como un arte inmenso, pues, en su concepción el baile y la danza se unían todas las manifestaciones que hicieron grande a lo jondo. Mario Maya Fajardo nació en Córdoba en 1937 pero se inició en las cuevas del Sacromonte granadino bailando para los turistas hasta que fue reclamado por un genio llamado Manuel Ortega Juárez Caracol. Nunca le dolió en prendas afirmar que su gran crecimiento artístico y personal vino de la mano de la gran maestra, también recientemente desaparecida Pilar López. Y digo que nunca le pesó porque en el mundillo artístico, tan dado en hacer blanco en la figura del enseñante, es complicado comprobar como una gran figura se muere con el nombre de su maestra en los labios. Ella misma le impulsó, además, en la búsqueda incesante de una personalidad propia que supo plasmar como muy pocos en obras, ya míticas, del calado de Ceremonial (1974), Camelamos naquerar (1976), Ay! jondo (1977), Amargo (1986) o El amor brujo (1987). Todo un catálogo intemporal de la coreografía al servicio del baile y, lo que es más importante, al servicio de los sentimientos de la Humanidad, como dedicaba Paco Toronjo sus últimos fandangos en grabación. Aparte de todo ello, también el recuerdo hurga en la persona. Coincidí en muchas ocasiones con el maestro en el Festival de Jerez y siempre tenía su docta palabra dispuesta para cualquiera que quisiera preguntarle, alejado siempre del divismo que, a veces, hacen gala tantas figuras importantes. Acaso, porque los más grandes, son a la postre, los más sencillos porque han tocado con los dedos el universo del arte con mayúsculas y se sienten pequeños ante el mismo. Murió con una saca de proyectos bajo el brazo, fruto de esa ilusión tan llena como está ahora mismo la familia del flamenco de dolor y amargura. Mario nos ha dejado pero su obra será siempre una magna referencia. Descanse en Paz.