Editorial

Gana Ibarretxe

La confirmación ayer de que Juan José Ibarretxe volverá a ser propuesto por cuarta vez por el PNV como su candidato a lehendakari acabó transformando una efeméride tan simbólica como el Día del Partido en el primer gran acto preelectoral de la formación en comunión con sus bases. Con su renovada apuesta, la Ejecutiva no sólo ha optado por la continuidad de Ibarretxe, sino que lo ha hecho también por una estrategia política basada en la acumulación de fuerzas nacionalistas y en la confrontación con el resto de sensibilidades que integran la pluralidad estructural del País Vasco. Porque a nadie se le oculta a estas alturas que el jefe del Gobierno de Vitoria no va a renunciar a tratar de llevar a la práctica lo más radical de sus posiciones soberanistas. Su advertencia de que no se resignará ante el rechazo del Tribunal Constitucional a su propuesta de consulta permite augurar que incidirá en su iniciativa si llega al Gobierno.

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El PNV ha optado por minimizar riesgos ante el temor a una posible pérdida del poder, pero a costa de mantener su liderazgo en beneficio de quien encabeza las instituciones. Ibarretxe ha vuelto a ganar en el pulso que viene manteniendo con su partido, tal y como ocurrió con el abandono forzado de Josu Jon Imaz. Pero aunque sea inquietante que la formación que sigue ostentado la principal responsabilidad de las instituciones vascas persista en amarrarse a una estrategia que se ha demostrado agotada, aun cuando pueda reeditar su triunfo en las elecciones previstas para marzo, más preocupantes resultan las repercusiones que la designación de Ibarretxe podría llegar a tener para el conjunto de la sociedad, abocada en caso de éxito a otra legislatura más de inestabilidad política y de ahondamiento en la disgregación social.