EL AUTOR. Contestando al teléfono. / LA VOZ
Jerez

Llamadas intempestivas

De un tiempo a esta parte, una especie de invasión de llamadas telefónicas asaltan nuestras horas de descanso, intimidad o asueto con el incesante ring-ring de sus intempestivas timbradas.

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Todo empezó con la oleada de ofertas de las recién llegadas compañías, las que, con sus tarifas planas y variados paquetes de fraudulentos productos, pretendían convencernos a deshoras del ahorro que obtendríamos cambiando la domiciliación de nuestros contratos a sus centrales telemáticas.

Craso error el nuestro, atender a estas llamadas (no digamos a sus ofertas). Es innegable el éxito que obtuvieron con el número de contrataciones conseguidas en horas en las que, debido al sopor digestivo, sorprendían a los sufridos consumidores con la guardia baja, recibiendo golpes que en otras horas de vigilia no hubieran encajado.

Las exitosas técnicas de marketing, que corren como la pólvora, han hecho que otras compañías de dudosa reputación esperen la sagrada hora de nuestra siesta para, como piratas al abordaje, lanzarse a la línea de flotación de nuestros sueños.

Es tal la osadía y el descaro de los comerciales que te ofrecen los objetos más inverosímiles. Ya no son las compañías telefónicas, algunas de las cuales han desaparecido o caído estrepitosamente. Ahora son empresas que en tan delicadas horas pretenden endilgarnos desde aspiradoras multifunción o butacas vibradoras a complejos artilugios de menaje como picadoras de fruta y verduras. Incluso lotes de perfumados pero agresivos productos de limpieza cuya causticidad asegura la asepsia más absoluta de nuestros hogares con la eliminación de todo bicho viviente.

Estómago en pie

No comprenden que a esas horas, con la cocina recogida y la fregadera como una patena, nos espanta pensar en el despiece de un corta-verduras esparcido por la encimera, el zumbido de una aspiradora en su función antiácaros ó el rún rún del sillón-relax, que, en vez de favorecer nuestra digestión, nos pone el estómago en pie y los nervios de punta con sus vibraciones. Todo, además, ofertado de la forma más ordinaria y vulgar, tuteándonos y empleando una terminología de mercadillo exenta de educación y respeto, ocultándose tras la sigla de un teléfono desconocido, que sin duda usan para moverse a su albedrío, efectuando las inoportunas llamadas a las horas que se les antoja sin el temor de ser llamados al orden y, llegado el caso, denunciados. Nadie que se precie de comercial o que se busque la vida aproximándose a un público presuntamente comprador de su cartera de ventas lo hace dirigiéndose a él con malos modos.

Si al menos solicitaran la atención del cliente con la debida forma, preguntándole si puede atenderle o dedicarle unos minutos. Que de no ser así, concederle la posibilidad de contactar en otro momento o franja horaria en el que disponga del tiempo que buenamente pueda otorgarle. ¿No! Estas personas no conocen las mínimas normas. Nosotros somos para ellos el saco de boxeo donde descargar la retahíla de golpes de efecto que en los agresivos cursillos de marketing comercial les han enseñado para someter al cliente, acorralarlo y apabullarlo con un sin fin de frases hechas, que nos lanzan sin el ruego de favor alguno, sabedores del poder que tiene el efecto sorpresa.

Después de padecer durante mucho tiempo las agresiones de estas operadoras comerciales, he llegado a la conclusión de que hemos de ser nosotros, los sufridos abonados, los que tomemos la iniciativa, adoptando algunas medidas, las que debidamente esgrimidas tendrán sin duda el efecto disuasorio que pretendemos.

La primera medida a tomar podría ser la de no descolgar auricular alguno cuya llamada corresponda a la de un teléfono oculto.

La segunda sería no consentir el tuteo, ni el trato populachero con el que pretenden conseguir la cercanía necesaria para sus fines mercantiles.

La tercera es no rendirnos nunca a sus propuestas, imposibilitándoles el acceso a nuestra privacidad, ya que la visita es su principal finalidad.

La cuarta, tratar de evitar que estos comerciales nos apabullen. Para ello tomaremos la iniciativa, contestando a sus llamadas con una andanada de preguntas sin salida como: «¿Le conozco de algo?». Entonces, «¿por qué me tutea?» O «antes de hacerme ninguna oferta, tendrá que preguntarme si puedo prestarle unos minutos de mi valioso tiempo», porque nadie tiene derecho de apoderarse del tiempo de los demás...

Aunque la mejor medida es descolgar el teléfono diciendo: «Funeraria El descanso eterno, ¿dígame!».