QUINTO. La consigna del indulto al toro, de 550 kilos, se extendió tras una gran faena. / EFE
Toros

Euforia en otra tarde histórica de Tomás

El diestro indulta un toro de Núñez del Cuvillo y logra orejas y rabo simbólicos por la faena

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Lo primero que hizo José Tomás fue un quite por desmedradas gaoneras al toro que rompió el fuego. De los seis escogidos para la ocasión por Álvaro Cuvillo, el único con cierta agresividad. Dos severos puyazos no bastaron para ajustarlo. Escarbó sin dejar de estar nunca dentro de combate y rebañó con correa en latigazos sueltos. Esplá tuvo el detalle de banderillear y de poner, además, tres pares distintos. Manejó luego el toro sin sufrir ni enredarse, y le encontró la igualada con cuatro hermosos muletazos de costadillo y uno de castigo. De la vieja escuela.

Luego apareció el primero de los dos que iba a matar José Tomás .Iba y sólo iba, porque el quinto fue indultado en clima irresistible. Casi cinqueño, negro mulato el segundo de la tarde.

Bajo de agujas, corto de manos, hondito. De infalibles hechuras. No falló. No terminó de redondear con el capote José Tomás en el recibo. Por no ponerse o por los pies del toro, tampoco tantos.

Después de la primera vara un quite por chicuelinas ajustadas. A la salida del quite todavía quiso más el toro. Y después de la segunda vara, todavía más. Serafín Marín, repescado para la corrida por la baja de Manzanares, hizo un quite de ceñirse lo máximo por gaoneras. En banderillas descolgó el toro del todo. Y ya hasta el final. Son tuvo.

Incondicionales

José Tomás brindó a su gente, es decir, a la inmensa mayoría, que ya lo había sacado a saludar después del paseo y antes de abrirse toriles. En ese clima de incondicionalidad que se le depara y casi prepara en Barcelona, José Tomás anduvo, sobre todas las cosas, muy fácil. Sentiría que valía todo. No fue chatarra nada.

Pero, sin ser de bisutería, no hubo faena preciosa. Ligera y espumosa la cosa. Lo más brillante o jaleado fueron dos tandas de toreo por arriba -una tanda de estatuarios de apertura, las habituales manoletinas de cierre, encarecidas por cobrarse en los medios- y dos variaciones sobre el pase de las flores. Las dos veces cambió José Tomás el viaje al toro antes del embroque. Fue detalle carísimo. Sin embargo, faltó una tanda ligada en serio, abundó el uno a uno bastante bien enmascarado, y también el toreo de abajo arriba, y no hubo en realidad toreo de fraseo. Como un colchón de plumas fue el toro. Y larguísima la faena, castigada con un aviso, entibiada por larga. Y rematada de estocada ladeada cobrada en los medios pero afeada por varias de ruedas de peones. La rueda no hizo honor a toro de tanta bondad. Una oreja. Sólo dos. En cuanto tropezó la muleta dos veces seguidas, el toro dejó de ser lo que era. Un metisaca pulmonar, un pinchazo. El cuarto, capacho y rabón, acochinado, tomó la capa con cierta violencia, desarmó a Esplá, perdió las manos luego más de una vez, se puso mansito y se echó. Fue el último toro de Esplá en Barcelona. Lo banderilleó sin regates y lo mató por arriba y muy bien. Los que sabían lo del adiós le obligaron a saludar desde la boca de la tronera. Esplá lucía un espléndido terno violeta y oro con la pañoleta rosa y bordados estudiados y antiguos.

El quinto de corrida, colorado, acapachado, carifosco, de ancho y corto cuello, ligeramente montado y pechugón, vino a ser versión en carne viva del toro de peluche. Con 550 kilos y sus dos pitones. Descolgado desde el primer compás. Seráfico el aire. Un capote anónimo le pegó un estrellón. Al relance lo picaron lo imprescindible. En banderillas ya se vino como el carretón. Parecía hecho de encargo. José Tomás brindó al guitarrista Vicente Amigo, autor de un pasodoble o algo así dedicado a José Tomás precisamente. Sonó durante el paseíllo. Estaba mal ensayado. Poco empastada la banda. No fue el estreno de Aída precisamente.

La música, prohibida durante las dos faenas de José Tomás , la llevaba por dentro el toro, que en un quite por chicuelinas de Serafín hizo casi el avión. La faena de muleta fue un coser y cantar. Por la mano derecha, a base de colocación, toques o ligeros enganches por fuera, el torero de Galapagar, en cite primero a la distancia, le encontró al toro el compás. No siempre las tandas, abundantes, fueron de ligazón rigurosa. A veces no soltaba José Tomás toro y el toreo de pases se convertía en circular en dos o tres tiempos. Dio lo mismo. Limpios los muletazos, pastueñas las embestidas, un paseo. De perfil o de frente.

A placer

El toro, que se le había ido a tablas dos veces a José Tomás en un quite trabajado a la verónica, se abría lo justo como para dejar estar a placer. En los medios, por cierto. Y sólo ahí. Al soltarse, el toro meneaba el rabo como el perro feliz de tener dueño. José Tomás se pegó bastantes paseos, que se celebraban. Empezó a abrirse hueco un coro de «¿Torero, torero!», José Tomás no terminó de encontrar la manera con la mano zurda en una única y rácana tanda sin ligazón ni gobierno y sólo insistió a última hora en una tanda de toreo de frente muy irregular. Al volver a la diestra, se recompuso el mecanismo del toro. Pasó el tiempo, que parecía haberse dejado correr intencionadamente, sonó un aviso y la gente casi se come al presidente por mandarlo.

Y entonces se extendió la idea del indulto como si fuera una consigna. De este juego de soltar a Barrabás, por decir algo, salió el toro vivo. Pero ya en tablas. José Tomás lo llevó a la puerta de toriles con muletazos pretenciosos. Fue un delirio, más o menos. José Tomás aceptó llevar en las manos, o en una sola, las orejas y el rabo de otro toro corrido antes. Y la vuelta al ruedo fue de campeonato. Al llegar a la altura del burladero donde estaba Álvaro Cuvillo, el torero le dio un abrazo.

Y, en fin, cerró curso en Barcelona un toro ensabanado bocinero, ojalado, alunarado y botinero, flaco, estrecho y alto, acucharadito, bondadoso y rebrincado, de buen corazón y noble entrega. Sólo que embestía rebotándose si no iba metido. Serafín Marín le hizo un poco de todo. Nervioso, más decidido que asegurado, pero firme. Lo mató por derecho y le cortó una oreja que en aquel momento pesaba poco.