CALLE PORVERA

Realidades

Paparruchas. Eso es ni más ni menos lo que pienso yo de la depresión postvacacional y de esos otros síndromes modernos que tanto nos afectan a los curritos de a pie y que no hacen más que dar trabajo a los psicólogos. Y es que volver después del verano siempre resulta duro -qué me van a contar a mí que me tocó vivirlo el lunes- porque hay que adaptar rutinas, horarios y dejar el ocio para las pocas horas libres que quedan al día; pero tampoco hay que dramatizar y rasgarse las vestiduras por ello.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

En mi caso, aplico a lo de irme de vacaciones la misma lógica que a todo lo que acontece en mi vida: igual que llega el día de largarse a disfrutar de 30 días de libertad sé que llegará el día en que haya que volver. Así de simple.

Y por si ese pensamiento fuera poco para ayudarme a la hora de reincorporarme al puesto de trabajo, la realidad también pone de su parte para quitarle a una pájaros de la cabeza. Yo tuve mi propia dosis el mismo lunes cuando conocí a varios de los sin techo de Jerez y pude conversar con ellos de su situación, de las circunstancias que les han llevado a vivir en la calle, de lo feas que se pueden poner las cosas cuando la suerte te da de culo y el alcohol se va colando como una enfermedad en el día a día, cuando no hay trabajo al que regresar, ni familia con la que reencontrarse, ni más amigos que los que comparten contigo una esquina cualquiera o un cajero.

Jóvenes embarazadas, minusválidos en silla de ruedas, veteranos de dormir a la intemperie porque en su día recurrieron a la botella para hacer más soportable la pérdida de un hijo... La radiografía es dramática.

¿Bienvenida a la rutina? Pues sí, y a Dios gracias.