MAR ADENTRO

Una bienal para Sanlúcar

Si Paco de Lucía es Wolfang Amadeus Mozart, como medio aventuró poéticamente Enrique Montiel, Manolo Sanlúcar no es Antonio Salieri. La envidia que se le atribuye al autor de Primero la música y luego las palabras no va con Manuel Muñoz, el hijo de Isidro el panadero, que hoy recibe el homenaje de la Bienal de Arte Flamenco de Sevilla en su décimoquinta edición.

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Desnudo ante la muerte tras el fallecimiento de su único hijo, Sanlúcar ha declarado públicamente que es el último homenaje oficial que acepta y, en una entrevista publicada por el riguroso Manuel Bohórquez en El Correo de Andalucía, se despachó a gusto con las instituciones gaditanas que casi siempre pronunciaron su nombre en vano. A él le duele que, al contrario que ocurriese con su compadre Paco, no fuera nombrado hijo predilecto de la provincia por Diputación, o doctor honoris causa por la Universidad de Cádiz, después de su larga labor intencionadamente pedagógica.

No hay sombra de reproche hacia Paco, me aclaraba hace unos días frente a un paté y un par de birras en el mediodía sevillano: «El es tres o cuatro años más joven que yo y desde que le vi tocar por primera vez, me dije: el genio de los genios. A mi me parece que es perfecto. La vida de Paco le ha llevado a investigar por una zona que yo no hubiera entrado nunca y viceversa. Entre los dos cubrimos todo el abanico de la guitarra flamenca. A mi, todo lo que se le de a Paco me parece poco y él lo sabe. La miseria de la envidia nunca la he sentido. No puedo permitírmela. Déle usted la gloria a Paco, pero ¿usted por qué me desdeña a mí? Cuando lo hicieron hijo predilecto de Cádiz yo estuve allí, acompañándole. Y si me hubieran avisado, también le hubiera acompañado en su nombramiento como doctor honoris causa. Yo no espero nada de la gente de la calle, pero sí de las instituciones. De los míos, necesito una caricia. Y creo que no la he tenido».

Ese dolor por Cádiz no atañe a Jerez, donde Manolo Sanlúcar se siente como pez en el agua desde que acompañaba a La Paquera cuando él apenas levantaba 17 años de edad. Allí, cuando él decía que era gachó, los gitanos se rebelaban. Ellos no consideran gachó al que no es gitano, sino al que tiene un comportamiento de gachó. Y a esos yo también les digo que son unos gachós.

Por esa regla de tres, Manolo -festejado en Nueva York, héroe de media Europa-- está tentado de llamarle gachó a la burocracia gaditana que no ha reconocido su talento con galardones ni ceremonias. Paco de Lucía, que es gaditano de Algeciras, siempre le brindó en cambio la medalla de su admiración personal. Ahora, a propósito de esas declaraciones, hay quien pretende que ambos rivalicen como Mozart y Salieri. Sería absurdo. Y peor sería que los aficionados lo hiciéramos. Como si tuviéramos que elegir entre Picasso y Dalí, entre John Ford y Pedro Almodóvar, entre Miguel de Cervantes y William Faulkner. Como si tuviéramos que decidir qué tendríamos que llevarnos a una isla desierta.

Aquí, a partir de hoy, Sanlúcar tiene una isla que se llama Bienal de Sevilla. Ojalá que el húmedo puente del río Guadalquivir le acerque, más temprano que tarde, a la Bahía de Cádiz, la patria profunda de su música. Y, a su vez, la patria profunda de su decepción.