ARTE. Una mujer observa la obra 'Three Studies for a Crucifixion',1962, del pintor británico. / EFE
Cultura

La Tate celebra el centenario de Francis Bacon con una gran muestra

La exposición viajará, tras su clausura el 4 de enero, hasta el Museo del Prado

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La Tate Britain dedica una retrospectiva a Francis Bacon (1909-1992), un artista cuya desoladora visión de la condición humana, unida a su descarnado tratamiento de la homosexualidad masculina, despertó en su día fascinación y repulsa, pero cuya obra no ha dejado de ganar importancia con el tiempo. Esta exposición del más importante de los pintores británicos del siglo XX, que podrá visitarse hasta el 4 de enero y viajará luego al Museo del Prado, comprende alrededor de setenta obras que cubren casi medio siglo de creación continua, interrumpida por el fatal ataque cardiaco que sufrió el artista en Madrid.

Nacido en Dublín de padres ingleses, Bacon trabajó algún tiempo como diseñador de interiores antes de comenzar a pintar hacia el año 1928 y, exigente consigo mismo, destruyó la mayor parte de su producción temprana.

Su auténtica irrupción en el mundo del arte contemporáneo no se produjo hasta 1945, cuando su tríptico Tres Estudios para Figuras en la base de una Crucifixión, pintado un año antes, causó un enorme impacto en los visitantes de la galería Lefebvre, de París, donde se expuso por primera vez al público.

En ese tríptico, perteneciente ayer a la Tate, están in nuce algunas de las constantes de su obra: el aislamiento -más tarde enjaulamiento- de la figura, la violencia sadomasoquista, la náusea, la fascinación por la carne, elementos todos que hacen de Bacon el pintor existencialista por excelencia.

«La baba del caracol»

Un existencialismo visceral, viscoso y abiertamente sexual parece estar en las antípodas del existencialismo distante, ascético y casi metafísico de su contemporáneo suizo Alberto Giacometti.

Él mismo escribió en 1964 de su obra que le gustaría que sus lienzos parecieran como si hubiese pasado por ellos una presencia humana dejando su huella «como un caracol deja su baba».

Bacon fue un coleccionista de imágenes, de fotografías y reproducciones de todo tipo que veía en revistas y libros y que recortaba y amontonaba en su caótico estudio para echar mano de ellas cada vez que lo necesitaba.

Totalmente autodidacto, pero fascinado por los momentos fuertes de la historia del arte, y en especial por la pintura de Massaccio, Velázquez, Goya, Rembrandt, Van Gogh o Picasso, Bacon no dudó en apropiarse de imágenes ajenas y manipularlas para sus propias creaciones.