ADIÓS. El dominicano Yulis Gabriel, a la izquierda, ataca con una patada espectacular a Juan Antonio Ramos. / AFP
Deportes/Mas-Deportes

El día triste de Juan Antonio Ramos

Lesionado en sus dos últimos combates, el campeón del mundo de taekwondo se queda a un paso de las medallas y anuncia que no volverá a ser olímpico

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

«La vida es una mierda», dijo, llorando. Acababa de perder la pelea por la medalla de bronce y Juan Antonio Ramos se retiraba a los vestuario inconsolable. Junto al representante de Taipei, Chu Mu-Yen, oro en Atenas, era uno de los dos grandes favoritos para el título de -58 kilos y no podía con la tristeza de haber decepcionado a tanta gente, de haber perdido su última oportunidad de conseguir una medalla en unos Juegos. «Lo he dado todo, pero he llegado muy limitado a este último combate. Tenía una mano rota desde la pelea con el brasileño. Se me había salido un hueso. Y la rodilla se me iba. Estuve a punto de romperme el cruzado y la tengo mal», explicaba. Alguien intentó animarle entonces recordando que en Londres 2012 todavía podría intentarlo, pero el luchador catalán negó con la cabeza, secándose las lágrimas con el guante de protección « Tengo 32 años y llevo 16 en la alta competición. Hay que saber decir basta. Quizá aguante hasta el siguiente Mundial, pero más no», aseguró.

Está visto que Juan Carlos Ramos no tiene suerte como deportista olímpico. Un Mundial es una competición mucho más dura en la que participan los mejores del mundo. Todos sin exclusión. Y él fue campeón del mundo el año pasado en Pekín. En unos Juegos, en cambio, sólo pelean 16 taekwondistas en cada peso y algunos de ellos acceden por invitación o para cubrir las cuotas designadas a cada continente. Pero unos Juegos son unos Juegos y nada puede compararse a ellos. Lo sabe bien este barcelonés moreno, pequeño y atlético que comenzó en el taekwondo a los cuatro años, cuando su padre decidió apuntarle a un gimnasio para desatara fuera de casa su exceso en energía. A ese hombre, que falleció hace cuatro años y al que su hijo recuerda desde entonces lanzando un beso al cielo cada vez que salta al tapiz, quería dedicarle Juan Antonio su medalla olímpica. Y también a su chica, Brigitte Yagüe, campeona mundial como él, a la que una lesión ha impedido participar en Pekín. «Me sabe mal por todos ellos, joder», repetía.

El día triste de Juan Antonio Ramos comenzó pasado el mediodía. Su primer rival fue un luchador desconocido y, en apariencia, inofensivo: Alfonso Martínez, un joven de Belize que había accedido a los Juegos por una invitación. Parecía, pues, que ese primer combate iba a ser un paseo. Las cosas, sin embargo, se torcieron y acabaron estando más reñidas de lo que se esperaba. Al final de los tres asaltos de dos minutos que duran las peleas, el español sólo pudo ganar por la mínima (2-1) y se retiró a los vestuarios con un cabreo considerable.

Los jueces

El motivo eran los cinco jueces que habían dirigido el duelo. Para que los puntos suban al casillero de un taekwondista, al menos tres de ellos tienen que considerar que la patada o el puño han tocado con claridad el peto del pecho (eso suma un punto) o el casco que les protege la cabeza (eso suma dos). Pues bien, el criterio de los jueces durante su combate con el beliceño había dejado al catalán con la mosca detrás de la oreja. «No me han sumado por los menos cinco puntos. Tenía que haber sido todo mucho más claro. Es jodido decirlo, pero parece que nos tienen manía a los españoles. En Sydney ya nos la jugaron y, en Atenas, recordad lo que pasó conmigo y con Brigitte. Aquello fue un escándalo», recordó, mientras se retiraba a los vestuarios.

Su rival en cuartos, el brasileño Ferreira, era un enemigo peligroso y la pelea no pudo ser más ajustada. Se fue a la muerte súbita. El español sacó a relucir entonces su experiencia y logró ser el primero en puntuar. Estaba en semifinales y, además, no tendría que enfrentarse en ellas con el temible Chu Mu-Yen. El dominicano Yulis Gabriel Mercedes le había dejado en la cuneta y sería su rival. Tanta tensión, tanta adrenalina y tantas buenas noticias juntas le superaron. «Vamos poquito a poco», dijo, llorando de emoción. Al cabo de tres cuartos de hora, salió de nuevo al tapiz. El combate con Mercedes fue durísimo y llegó de nuevo a la muerte súbita. Ambos se enzarzaron en un duelo de patadas y el español levantó el brazo en señal de victoria. Los jueces, sin embargo, le dieron el punto al dominicano por su golpe a la contra. La decepción fue enorme. Fran Martín estaba indignado. «Se la ha metido él y se la dan al otro», bufaba. Ramos se quejaría más tarde de esa decisión, pero entonces prefirió guardar fuerzas. Las iba a necesitar más que nunca. Tenía la mano rota y el dominicano le había hecho daño en la rodilla. Pero el bronce estaba a un paso. Sólo quería pensar en ello. No podía repetirse lo de Atenas, aquel cuarto puesto maldito. ¿Quién coño se acuerda de los cuartos o de los quintos? Y él era mejor que su rival, Rohullah Nikpai. En el último Mundial, el afgano había quedado el 33. La frescura de su rival, sin embargo, se acabó imponiendo. Juan Antonio Ramos nunca tuvo opciones en su lucha por el bronce. Perdió 4-1 y se retiró destrozado. «La vida es una mierda».