SANITARIOS. Uno de los heridos en el accidente aéreo en Barajas a su llegada al madrileño Hospital de La Paz. / EFE
CÁDIZ

Las víctimas vivieron un despegue fallido antes de la catástrofe

Un incendio en un motor del avión cuando se elevaba desencadenó la tragedia y dejó 159 muertos y 13 heridos en la pista de Barajas

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«Entramos en la pista de despegue». Los 162 pasajeros y los nueve tripulantes del vuelo de Spanair JK 5022, con destino a Las Palmas de Gran Canaria, se habían abrochado los cinturones y habían desconectado los móviles y demás aparatos electrónicos. El personal de cabina no había tenido que indicar esta vez dónde estaban las salidas de emergencia, ni cómo se usan las mascarillas de oxígeno y el chaleco salvavidas, porque ya lo había hecho en una tentativa de despegue anterior que fue abortada por problemas técnicos. Eran las 14.45 de la tarde y el avión, un MD-82 con quince años de antigüedad, acumulaba más de hora y medida de retraso en la terminal de Barajas. Los pilotos aceleraron a la máxima potencia y, cuando levantaron el morro, el motor izquierdo estalló. La aeronave se convirtió en una bomba repleta de queroseno que avanzaba sin control a más 270 kilómetros por hora.

La tragedia de Barajas, la más grave que se ha resgistrado en España desde 1985, se produjo justo cuando otro avión acababa de tomar tierra en Madrid procedente de Lima y avanzaba en posición perpendicular al MD-82 de Spanair. Los testigos contemplaron aterrados «una bola de fuego al final de la pista». En ese mismo instante, un automovilista que circulaba por una carretera contigua al aeropuerto también se quedó estupefacto al ver cómo el aparato siniestrado levantaba una «inmensa» nube de arena por su lado izquierdo. «A continuación, giró al lado opuesto -relató el conductor-. Luego el ala derecha se partió y se produjo una gran explosión». Al cierre de esta edición se habían contabilizado oficialmente 152 fallecidos, entre ellos un niño que expiró camino del hospital. Otras 20 personas resultaron heridas, varias de ellas en estado crítico.

La mayoría de los pasajeros del fatídico vuelo JK-5022 eran turistas que tenían previsto pasar unos días de vacaciones en Canarias, así comlo residentes en las islas que regresaban a casa con sus familias. Una de ellas era la de un concejal de la isla de Gran Canaria que había embarcado en Barajas con su esposa e hijos. La compañía alemana Lufthansa informó de que entre las víctimas podía haber, al menos, cuatro compatriotas que habían efectuado el cheking del vuelo.

Según ha podido saber LA VOZ, dos personas tomaron en el aeropuerto de Loiu un vuelo que enlazaba con el JK-5022. Otras fuentes informaron también de que en la aeronave de Spanair podían viajar turistas escandinavos y uno de nacionalidad chilena. «Hay muchos niños entre los fallecidos"», resaltó el director de Protección Civil de la Comunidad de Madrid, Ervigio Corral, para quien la magnitud del accidente de Barajas era equiparable con «los atentados del 11-M».

Según explicaron en AENA, el vuelo a Las Palmas tenía previsto partir de Madrid a las 13.00 horas, pero el primer despegue fue abortado por dificultades técnicas. Aunque el avión regresó a la pista a los pocos minutos, los pilotos tuvieron que aplazar la operación de nuevo porque habían detectado problemas en el indicador de temperatura. Un equipo de mantenimiento inspeccionó la avería y, al cabo de un rato, dio el visto bueno al comandante de Spanair. El motor izquierdo estalló precisamente cuando éste accionó los mandos para levantar ligeramente el morro del MD-82. En ese momento, el vuelo acumulaba un retraso superior los noventa minutos.

Según testigos presenciales, el aparato se estrelló por la cola y se desplomó entre las pistas 18L y 36R, frente a la terminal 4 del aeropuerto. Había rebasado el punto de no retorno, elevándose aproximadamente hasta los doscientos pies (alrededor de setenta metros).

Los efectivos de Protección Civil consideraron «un milagro» que hubiera superviventes, pues el avión se partió en dos y quedó completamente calcinado. Los bomberos reconocieron que la tragedia superó de largo todos los simulacros que se habían realizado hasta entonces en Barajas. Tuvieron que reclamar incluso un helicóptero antiincendios para sofocar las llamas, que brotaron de dos focos distintos y arrasaron los terrenos contiguos a la pista de despegue, lo que complicó las tareas de los servicios de rescate. A las seis de la tarde, aún no habían podido retirar todos cadáveres debido a las altas temperaturas que registraba el fuselaje.

Los restos del MD-82 quedaron diseminados en una hondonada surcada por un riachuelo. Los heridos se concentraron en ese punto hasta que los trasladaron a un puesto médico avanzado y, posteriormente, a los hospitales Doce de Octubre, Infanta Sofía y Ramón y Cajal. Toda la zona estaba sembrada de cadáveres entremezclados con ramas, piedras y trozos de fuselaje. «No vimos nada que se pareciera a un avión», relató un testigo. Los voluntarios de Protección Civil sólo hallaron cuerpos carbonizados dentro del esqueleto del MD-82. En el fondo del riachuelo había restos humanos que fueron recuperados por un grupo de submarinistas.

«He visto un niño carbonizado y otro que estaba fuera del agua, totalmente quemado. El comandante también ha muerto. Lo hemos sacado de allí», declaró un trabajador del aeropuerto de Barajas que se sumó a las tareas de rescate junto con otros compañeros de la terminal. «En cuando se produjo el accidente nos reunieron a todos. Nos encontramos con lo que había: gente muerta, gente herida, Guardia Civil, Policía local...», declaró el empleado, muy afectado por las terribles escenas que había presenciado.

Un técnico de emergencias describió el lugar del accidente como «un escenario de guerra», donde más que cadáveres, se recuperaban cuerpos «despedazados». Cuando la cifra exacta de muertos aún se desconocía, los peores presagios podían intuirse con sólo observar la larga columna de ambulancias que abandonaba el aeropuerto a la velocidad de un cortejo fúnebre.

La gigantesca columna de humo que despedía el avión fue visible desde varios puntos de Madrid. En Barajas reinaba una enorme confusión. La torre de control canceló todos los despegues previstos y sólo autorizó el aterrizaje de los aviones que ya estaban sobrevolando el espacio aéreo de la capital de España. Las familias de algunos pasajeros, así como varios diplomáticos alemanes y británicos acudieron a los mostradores de Spanair para aclarar si había ciudadanos de esas nacionalidades entre las víctimas.

Mientras los responsables de la aerolínea habilitaban una sala especial para reunir a los familiares de los fallecidos, los pasajeros del vuelo JK-5022 que se habían quedado en tierra debido al overbooking bendijeron su suerte. La casualidad les había librado de una muerte segura.

El Sindicato Español de Pilotos de Líneas Aéreas ( SEPLA ) manifestó su consternación por la tragedia y pidió la «máxima prudencia» en el análisis de las posibles causas del siniestro, «dada la complejidad de los accidentes aéreos».

El sindicato corporativo subrayó en un comunicado que la tripulación del avión de Spanair, al frente de la cual se hallaba el comandante Antonio Lugo, «estaba perfectamente cualificada y acreditaba gran experiencia» en el manejo del modelo siniestrado.