Editorial

Cerco a la impunidad

La imputación de Zigor Goikoetxea por las presuntas amenazas terroristas proferidas el pasado domingo contra la portavoz del PP en la localidad vizcaína de Getxo, Marisa Arrúe, y tres concejales más no prejuzga la decisión final que puedan adoptar los tribunales contra el acusado, que fue detenido hace diez meses por actos de violencia callejera y se encuentra ahora en libertad bajo fianza por enfermedad grave. Pero la causa abierta sí resume en sí misma el profundo destrozo que han provocado en la sociedad vasca la perpetuación del terror etarra y el intento de imponer cotidianamente los comportamientos más sectarios e intolerantes, protagonizados por aquellos que ni se avergüenzan ni se retractan de sus crímenes y también por quienes siguen creyendo que pueden arrinconar a sus conciudadanos con el sentimiento de impunidad propio de los más irreductibles. La biografía de Goikoetxea, hermano del jefe del desarticulado 'complejo Vizcaya', ilustra una trayectoria vital marcada por el impulso violento, que le ha llevado ya ante la Audiencia Nacional por sabotajes y que le acarreó en 2002 una condena por coacciones a ediles del PP. Hace seis días, el imputado se sumó al grupo de radicales que acosó a Arrúe.

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Sólo la íntima convicción de que su actitud no iba a reportarle reconvención alguna pueden explicar que Goikoetxea optara por arriesgar su libertad para coartar la de otros, exhibiendo un desprecio intolerable no sólo hacia la legalidad que le permitió eludir la prisión, sino hacia las reglas esenciales de la convivencia democrática. El que decide integrarse en un comando para asesinar ha abandonado hace tiempo el camino de la civilidad. Pero quienes continúan amedrentando a sus conciudadanos parecen pensar que su matonismo aún puede beneficiarse de los límites en la aplicación de la Ley para tratar de doblegarla. Es responsabilidad de los poderes públicos y de los tribunales impedir esa impunidad, y deber de la sociedad mantener el pulso ético frente a la intransigencia violenta. Sobre todo cuando ETA vuelve a dar prueba en su último comunicado de su obcecación totalitaria.