EL CÁDIZ VUELA ALTO. Enrique salta junto al defensor del Athletic con el fin de alcanzar el balón. / ROMÁN RÍOS
Cádiz C.F.

Un Cádiz de Trofeo

El equipo amarillo supera al Athletic con brillantez y pasa a la final Gracia ha forjado un bloque compacto, solidario y con hambre de triunfo

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La maldición del Trofeo es lo único que frena la ilusión (que no la euforia) tras la esperanzadora puesta de largo de este joven Cádiz que ayer salía del huevo para enfrentarse a la realidad de Carranza. El equipo amarillo se permite el lujo de esperar en la final a un grande de nuestra Liga, con la confianza plena de quien comprueba cómo el buen trabajo da sus frutos. Cohesión, seguridad, solidaridad, y fe. Así se supera a un tristísimo Athletic sobrepasado claramente en la segunda mitad. Es la mejor versión, pero la sintonía del mejor torneo nunca casa con la melodía que después suena en la Liga.

El Cádiz empieza con chispa, cómodo en su Trofeo y deseoso de brindar un espectáculo a una afición que comienza su éxodo a divertimentos menos dramáticos. Desde el inicio, Gracia cede la batuta a Fran, único 'artista' en esta pléyade de currantes. Y alrededor del canterano va girando todo el fútbol creativo del equipo amarillo, en espera de Caballero y Ormazábal.

En el cuerpo a cuerpo con el Athletic se acrecenta la ilusión del pequeño. La banda derecha, referencia obligada por la categoría de sus dueños (los ex segundas Cristian y Enrique), es la mejor vía para desarmar la internacional zaga rojiblanca. El Cádiz la mueve con rapidez y, sobre todo, funciona en la estrategia, merced a la pizarra del técnico y la buena interpretación de Fran. Un cabezazo de Enrique bien atajado por el solvente Iraizoz provoca el primer uy de Carranza, ávido de fútbol y sensaciones positivas.

Pero cuando los leones se la bajan a las zarpas, por orden expresa del domador Caparrós, el panorama cambia y las diferencias se imponen. El Athletic domina con un juego demasiado previsible y carente de profundidad, mientras los amarillos desfallecen en la presión y se abonan a una sorprendente solidez defensiva para evitar el gol adversario.

Yeste revolotea por el área de Casilla, aunque siempre frenado en última instancia por el ex perico, y la chispa amarilla se va consumiendo con el paso de los minutos.

El tiempo marca la tregua, un descanso que viene de perlas a los guerreros. Del vestuario, con las pilas cargadas, brota un equipo dinámico, agresivo, confiado, que ya no sólo carbura al ritmo que le marca Cortés. La diestra sigue siendo la pesadilla rojiblanca, y una vía de escape en ese flanco propicia que Fragoso centre y Rubiato se eleve por encima de su marcador para anotar el primer tanto en Carranza del nuevo Cádiz. Pelea y tiene olfato. Este chico promete.

El submarino amarillo emerge por fin tras meses en el astillero y aprovecha para navegar a favor de corriente, jaleado por una afición piadosa que sabe que muchos de los culpables ya no están en el campo. Cristian y Enrique disfrutan de sendas ocasiones pero no han corregido aún el punto de mira que se desvió el año pasado.

La presión es perfecta. Después de meses de anarquía, un equipo solidario, basculando perfectamente y llegando a todas las ayudas. Este Cádiz gusta, engancha. En todas sus líneas. Hasta en la portería, con un guardameta que ya para a lo Casilla (s). El Athletic se deshace por una infantilada de Yeste, y el más pequeño de los cadistas comete otra travesura que mete al Cádiz en la final. Victoria. No en Liga, ni en Copa, ni en el recurso (por lo menos es sobre el césped). Es en el Trofeo, que apenas sirve como referencia. Pero en este año de sequía, se agradece hasta el chirimiri.