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Como en los viejos tiempos

Este miércoles era visible un cierto embarazo de Washington a la vista de la europeización del desenlace de la guerra en Georgia y de la aceptación por la UE (Sarkozy-Solana como dúo actuante) de un borrador de arreglo en el que Estados Unidos aparece al margen, como insólito espectador.

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De hecho, la reacción oficial prevista allí por el Gobierno, con la pieza central de una conferencia de prensa del consejero de Seguridad Nacional, Stephen Hadley, fue cancelada tras la rápida aceptación por el Kremlin del plan Sarkozy-Solana (el presidente francés acudió como presidente semestral de la Unión Europea), previsible y cuya base es el retorno de los beligerantes al status anterior al ataque georgiano.

Se daba por hecho que Hadley -hombre de Condoleezza Rice, de quien fue adjunto durante la primera presidencia Bush- estaría muy severo y anunciaría que Washington buscaría «suspender» la presencia de Rusia en el G-8 (el grupo de naciones más industrializadas del mundo, en el que entró por etapas al final del periodo Yeltsin y del que aún no es un socio titular y normalizado).

Esta propuesta, que por cierto ha sido sugerida hace poco en otro contexto por el candidato presidencial republicano John McCain, traducía algo más que la irritación norteamericana y era la prueba pendiente de que el escenario internacional registraba un regreso a los viejos tiempos, al semiolvidado tono polémico y de confrontación entre los Estados Unidos y la URSS de la guerra fría.

La reacción de Moscú y, sobre todo, la recepción europea a la misma parecen un cambio cualitativo.

La UE, casi al completo, siguió dócilmente a Washington en Kosovo, pero vacila ahora en cargar contra Rusia y endosar sin más la entrada de Georgia en la OTAN, que se percibe como problemática.

Definitivamente, Saakashavili ha complicado la vida a sus amigos y protectores norteamericanos.