CAOS. Las fuerzas de seguridad libanesas inspeccionan la zona del atentado y los daños causados. / AP
MUNDO

Masacre contra la unidad en Líbano

Al-Qaida mata a 14 personas en un ataque a la estabilidad del país del cedro, que normaliza sus relaciones con Siria

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El último de la cadena de atentados que desde 2005 sacude sin descanso el Líbano convulsionó ayer la ciudad norteña de Trípoli, empañando de sangre la fecha histórica en que un presidente libanés, Michel Suleiman, visitaba Damasco por primera vez desde la retirada siria del país del cedro hace tres años.

A falta de siete horas para el comienzo de la gira oficial, una carga de 20 kilos de material explosivo mezclado con metralla que había sido depositada en una marquesina donde se reúnen habitualmente soldados hacía saltar por los aires un autobús en pleno centro de Trípoli, causando al menos 40 heridos y 14 muertos, 9 de ellos militares.

El ataque fue condenado inmediatamente por todos los líderes libaneses. También por Siria -a cuyo régimen se ha culpado, aunque sin pruebas, de numerosos atentados perpetrados en Líbano en el pasado- que tachó de «horrible acto criminal» lo ocurrido en el norte del país. Desde el Parlamento de Beirut, su presidente, el chií próximo a Damasco Nabih Berri, subrayó la coincidencia de la sangría con el excepcional contacto diplomático programado ayer entre los jefes de ambos Estados para insinuar que el objetivo de la carnicería podría ser «impedir la normalización de las relaciones» sirio-libanesas.

No hubo esta vez acusaciones expresas dirigidas a Siria, antigua potencia de tutela en Líbano, cuya presunta vinculación con el asesinato en 2005 del ex primer ministro libanés Rafk Hariri provocaría un deterioro en las relaciones que se pretende reparar ahora.

Más allá, las fuerzas políticas libanesas optaron por hablar de forma abstracta de «atentado terrorista» y de interpretarlo de forma unánime como un ataque intimidatorio contra la paz civil y las Fuerzas Armadas, que por primera vez fueron golpeadas por la ola de asesinatos contra personalidades que arrastra Líbano desde diciembre de 2007, cuando el general Francois Al Hajj al frente del mando de Operaciones murió al explotar su vehículo. «El Ejército y las fuerzas de seguridad no cederán ante los intentos de aterrorizarles con atentados y crímenes», proclamó Suleiman en un comunicado antes de partir a Damasco. El principal partido opositor, Hezbolá, se pronunció en el mismo sentido al estimar que el objetivo había sido la institución militar, entendida como garante de la «estabilidad de la nación».

Un acto de venganza

El estallido en Trípoli desató la sospecha de que milicianos islámicos inspirados por la red terrorista Al-Qaida podrían haberse cobrado con esta acción la venganza aplazada con el Ejército, en respuesta a los enfrentamientos ocurridos el año pasado en el cercano campamento de refugiados palestino de Nahr Al Bard. En aquella crisis, fallecieron 202 combatientes del autodenominado grupo yihadista Fatah al Islam, además de 42 civiles y 163 soldados. Trípoli también ha sido escenario en los dos últimos meses de batallas sectarias entre suníes y miembros de la comunidad alauí, con raíces chiítas, que hasta ayer habían dejado 23 muertos.

Por su parte, el primer ministro de Líbano, Fuad Siniora, recibió ayer el apoyo de la Liga Árabe y de la Unión Europea tras este atentado, que se registraba apenas 24 horas después de que el martes, el Parlamento libanés aprobara, tras cinco días de intensos debates, un nuevo Gobierno de unidad que integra a Hezbolá y le otorga derecho de veto. «La explosión de Trípoli no tendrá impacto sobre nuestra labor», indicó el jefe del Ejecutivo.

La bomba de Trípoli marcó ayer el delicado reencuentro entre el presidente libanés y el sirio, Bashar al Assad. Como primer punto de la agenda de la reunión, figura la apertura mutua de embajadas como culminación del establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países, inexistentes desde la independencia hace seis décadas. El reconocimiento de la soberanía libanesa, la demarcación de las fronteras compartidas y la presencia de grupos radicales palestinos pro-sirios también estaban en el orden del día.