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«Son como los cosacos»

Los ciudadanos de Gori huyen con lo puesto hacia Tiflis ante la llegada del Ejército ruso con los paramilitares de Osetia del Sur

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Galina busca un teléfono para poder contactar con su familia. Perdida y sola en mitad de la avenida Stalin, esta anciana de origen ucraniano lleva siete días sin noticias de los suyos y pide desesperadamente el móvil a los recién llegados periodistas. La estatua del que fuera líder de la Unión Soviética, nacido en esta localidad en 1879, mira impasible el paso de los vecinos que, animados por las noticias del alto el fuego, salen a las calles para ver cómo ha quedado todo después de la batalla con el miedo aún metido en el cuerpo, pisando vidrios rotos y revisando las cicatrices dejadas por la artillería en cada fachada. Se respira una calma tensa y el rumor de la llegada de los rusos se extiende con rapidez entre estos pocos ciudadanos que decidieron no abandonar sus casas durante las hostilidades pese a la orden de evacuación.

Valentina limpia su farmacia, recoge los restos de cristales y vela por el mobiliario sentada en una pequeña silla. «Hay que estar atenta porque es un buen momento para los actos de pillaje. Sólo pedimos un poco de paz y poder rehacer nuestra vidas abriendo el negocio en unas semanas», declara esta farmacéutica en el interior de un establecimiento muy dañado.

Cerca, en el hospital militar, los rumores de la entrada de los rusos se convierten en realidad tras el sonido de dos fuertes explosiones. Los médicos organizan sin perder un instante la salida del personal femenino que tras las detonaciones montan en varias ambulancias y forman un convoy que sale hacia Tiflis. «Son capaces de todo, tienen carta blanca y no nos dejan ni atender a nuestros heridos. La guerra tiene un código pero ellos parecen no entenderlo», lamenta una de las enfermeras.

Colas de coches

Las ráfagas de armas ligeras son el segundo aviso serio de la existencia de presencia rusa en la población. El convoy médico acelera el ritmo y coge la carretera que va hacia la capital en la que poco a poco se va formando una cola de coches, camiones, furgonetas y camiones, todos ellos repletos de civiles.

«Son los cosacos. Están arrasando aldeas y matando a todo el mundo», gritan con rabia desde el remolque de una camioneta dos jóvenes. Salen con lo puesto y huyen de los paramilitares de Osetia del Sur y Chechenia que las tropas rusas traen como aliados a sus espaldas y a los que los georgianos conocen como cosacos, en referencia a los guerreros nacidos en el siglo X. En medio de la estampida, ni rastro de la Policía ni del Ejército georgiano. «Estarán todos en la fiesta organizada por el presidente. En vez de fiestas, ¿por qué no se dedican a defendernos?», critican los vecinos en referencia a la protesta organizada la víspera en Tiflis en la que tomaron parte dirigentes internacionales.