INFALIBLE. Cheng Ying se muestra feliz con la medalla de oro tras su exhibición en la final. / EFE
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Cheng Ying, el brazo ejecutor

La tiradora china asombra con una actuación extraordinaria en la final de pistola de 25 metros, de la que la española Sonia Franquet se quedó a las puertas

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Donde pone el ojo, Chen Ying pone una bala de 5 milímetros. En realidad, pone todo el cargador. La tiradora china hizo ayer una exhibición portentosa en la final de pistola de 25 metros, a la que la española Sonia Franquet no accedió por un suspiro. Tras firmar la mejor tarjeta en precisión, la tarraconense quedó la novena en tiro rápido e, igualada en la suma a puntos con otras tres rivales, se quedó fuera de la lucha por las medallas debido al peor coeficiente de sus diez últimos disparos. Una pena. Satisfecha pese a todo con su tirada -«hacía tiempo que no superaba los 280 y hoy he hecho 282»-, Franquet acudió por la tarde a presenciar la gran final en compañía de su compañera María Pilar Fernández, que no había tenido una buena mañana. «Se me han ido dos tiros y no ha habido nada que hacer», reconocía la policía madrileña, una clásica del equipo olímpico de tiro.

Pese a la ausencia de las dos españolas, la final de pistola de 25 metros estaba llena de alicientes. Uno de ellos era, sin duda, la presencia de María Grozdeva, doble campeona olímpica de la especialidad, una leyenda de este deporte que atrajo al impresionante Shooting Range Hall de Pekín a buena parte de la Prensa búlgara desplazada a los Juegos. Otro atractivo era comprobar si Gundegmaa Otryad, que había quedado primera en la ronda de clasificación con una ventaja de tres puntos sobre la segunda clasificada y de cinco sobre la temible Chen Ming, hacía historia y conseguía para Mongolia la primera medalla de oro de su historia.

Sueños

Desde su puesto en la tribuna, Sonia Franquet y Pilar Fernández preferían concentrarse en su amiga Luisa Maida, que alimentaba un sueño extraordinario: ser la primera persona que regresa a El Salvador con un metal olímpico colgado al cuello. Para lograrlo, aunque a muchos se les antojara un objetivo inalcanzable, la centroamericana había puesto todo de su parte. Su último sacrificio había sido irse a vivir a España dos meses para entrenar en el CAR de Madrid. Dicho así, el esfuerzo tampoco parece para tanto. Hay cosas más duras, vamos. Lo que ocurre es que Luisa se vino justo después de su boda y dejando a su marido en San Salvador. «Es una chica encantadora, muy trabajadora y disciplinada», apuntaba Pilar Fernández.

Amistades aparte, lo cierto es que Maida no entraba en los pronósticos para el podio de la veterana tiradora española. Tampoco en los de Sonia. Antes de que comenzara la final, su favorita era la pistolera de Mongolia, más que nada por la gran ventaja que traía de la clasificación, donde lo había bordado con unos impresionantes 590, récord olímpico. Ahora bien, ninguna de las dos se atrevía a descartar a Chen Ying, que inspiraba a todas sus rivales el temor de las competidoras implacables. En cierto modo, la pequinesa recordaba a esos malos de las películas que tienen siete vidas y a quienes uno nunca puede darles por muertos. «Es buenísima», aseguraba Franquet. Respecto a María Grozdeva, era casi impensable que pudiese reeditar sus oros de Sydney y Atenas. Incluso el podio lo tenía muy cuesta arriba. «Es que está muy lejos. Chen Ying va a mejorar seguro y mucho tiene que bajar la alemana que va segunda», explicaba Pilar Fernández.

Ni con sus pistolas de 5,6 milímetros dan más en la diana las dos tiradoras españolas. Sus pronósticos resultaron exactos. La gran final, que constó de cuatro series de cinco disparos rápidos consecutivos, acabó siendo una exhibición de pulso y puntería de Chen Ying, cuya frialdad dejó asombrados incluso a sus paisanos. A medida que en la sala resonaba el eco de los disparos, a su técnico Wang Jinfu se le iba iluminando la mirada. Diana a diana, la remontada de su pupila estaba resultando espectacular. Los espectadores, que guardaban un silencio escrupuloso durante el tiroteo como es preceptivo, estallaban en aplausos al observar los marcadores electrónicos. La ventaja de Gundegmaa Otryad iba menguando sin remisión. La tiradora de Ulan Bator, la única de las ocho finalistas en utilizar el 'diopter' para taparse un ojo, no era capaz de seguir el ritmo de la china. Y eso que estaba tirando muy bien.

Sin errores

En la cuarta serie, ya 1,9 puntos por debajo de su gran rival, a la mongola se le encasquilló la pistola en su primer disparo y tuvo que tirar en solitario, ya con una presión desmedida. Sabía que la medalla de oro se le había escapado, que Mongolia debería seguir esperando a un campeón olímpico. Confiar en un error de Chen Ying en la última serie era tan impensable como coger rápido un taxi en Pekín. Su peor disparo fue un 9,2. Con eso está dicho todo. El brazo ejecutor de la pequinesa, inmóvil mientras agarraba la culata de madera de su pistola Marini y apuntaba a la diana, se merecía el baño de oro.

La campeona del mundo en 2006 lo celebró sin grandes muestras de alegría, con una gran sonrisa y un abrazo tímido con su entrenador. Luego recibió las felicitaciones de sus rivales. De la alemana de origen mongol Munkhbayar Dorjsuren, que conservó el bronce pese al empuje de las otra china finalista, Fei Fengji; de la gran Grozdeva, quinta al final, a la que ahora consolarán sus tres hijos en Sofía; y de Luisa Maida, a la que el sueño le quedó lejos. Fue octava. A la salida del pabellón, Sonia Franquet no podía evitar un gesto de asombro y admiración. «Ha sido algo extraordinario. Hacer 208 en una final es una auténtica pasada», decía.