ÉXITO. El trío de diestros celebró el triunfo saliendo por la Puerta Grande. / ANTONIO VÁZQUEZ
Toros

Manzanares firma otra obra de arte en la plaza de El Puerto

El diestro salió a hombros junto a El Juli y Perera, que cortó tres orejas, en una corrida noble y con movilidad de Santiago Domecq

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Inmejorable preámbulo para la corrida de máxima expectación de esta tarde, el que se vivió ayer en la plaza de El Puerto. Una terna entregada y ansiosa de triunfo, unos toros que poseyeron apariencia de toros, salvo los más anovillados segundo y sexto, y que regalaron la nobleza y la bravura suficientes para que el festejo resultase interesante y triunfal.

Fue jornada de tizonas afiladas -a seis toros, seis estocadas-, y no sólo los de oro conocieron la gloria, también los de plata destacaron en la brega, como Álvaro Montes, cuando corrió al tercero a una mano con majeza, como Trujillo y Bláquez, que parearon con lucimiento al segundo. Además, se ejecutó la suerte de varas con toda la enjundia y belleza que esta defenestrada suerte posee.

Puyazos en todo lo alto, caballos bien movidos, que valieron ovaciones como la recibida por Chocolate tras picar al segundo. Fue este un castaño bociblanco que apretó en el peto y que no paró de embestir, en derroche de bravura y nobleza, hasta que el motor de sus fuerzas y de su casta se lo permitió. José María Manzanares aprovechó tales cualidades para dictar una nueva lección de tauromaquia en el coso portuense. Tras un artístico inicio de faena con un cambio de mano antológico, dibujó tandas de derechazos que se sucedían relajados, profundos y largos.

La suerte cargada, el mentón en la pechera, el toreo de Manzanares contiene el empaque de la ortodoxia y el clasicismo, pero aderezado con la sal de la inspiración y el sentimiento. Volvió a esculpir una obra de arte en el ruedo portuense, sólo rivalizada por la que él mismo plasmara sobre esta arena en su pasada actuación. Ante el quinto, toro desrazado y tardo, sólo pudo mostrar su permanente disposición y firmeza.

Miguel Ángel Perera, triunfador numérico del festejo, realizó un quite tan ceñidísimo por gaoneras al tercero que pareció que hasta el aire se cortara durante unos segundos en la plaza. Preso de un estoicismo arrebatado, ligó estatuarios impávidos con trincherillas y pases de pecho. El toro tendía a salir distraído de las suertes y a abrirse al final de los muletazos pero el espada no dudó en penetrar con temeridad en los terrenos del toro y conectar con los tendidos a base de encimismo, temple y pundonor. También con el sexto, protestado por el público y sin entrega, se la jugó Perera hasta domeñar a la res y plasmar circulares y naturales a pies juntos que enaltecieron a la concurrencia. El Juli, ante toros de bondadosa embestida pero sin demasiada vibración ni recorrido, ejecutó sendos trasteos con limpieza a los que les faltó cierta continuidad en los cites y algo más de ceñimiento y reunión en los muletazos. Los tres toreros a hombros y la afición entusiasmada con una gran tarde de toros en El Puerto.