Editorial

China inaugural

La deslumbrante inauguración de los Juegos Olímpicos acreditó ayer que la nueva China no sólo pretende apabullar al resto del mundo con su maquinaria organizativa. También quiere seducirlo. La ceremonia dirigida por el cineasta Zhang Yimou se apoyó en la modernidad tecnológica para realizar un recorrido por la riqueza de la milenaria cultura oriental y sus aportaciones al desarrollo de la Humanidad, con una escenificación ejecutada con tanta precisión como armonía y sentido estético. La presencia en el Estadio Nacional de Pekín de mandatarios como los presidentes de EE UU y Francia, críticos en las horas previas con las vulneraciones de derechos humanos que persisten en el país, evidencian la imposibilidad de las potencias occidentales de sustraerse al empuje del gigante asiático, dispuesto a aprovechar su potente crecimiento económico para erigirse como un actor imprescindible en la escena internacional. Y a hacerlo, además, no encerrándose en su propia pujanza, sino abriéndose al mundo sin renunciar, en paralelo, a mantener el autoritarismo interior. El ceremonial olímpico sintetizó ayer el sentido de las palabras pronunciadas ante el resto de dignatarios por el presidente Hu Jintao, quien identificó estos Juegos como una oportunidad para su país, pero también para el mundo, en la búsqueda de una paz duradera y la prosperidad común.

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Pero la fascinación que pretende ejercer China sobre quienes asisten a su despegue entre expectantes y temerosos precisa para ser creíble, además del atractivo de su evolución económica y social, de avances efectivos en la democratización del Estado y en el respeto a las libertades civiles. La concesión de los Juegos no ha desembocado en un aperturismo lo suficientemente verosímil como para suscitar unanimidades sobre la oportunidad de otorgar el honor y la responsabilidad de organizar un evento tan excepcional al régimen de Pekín, que se ha adecuado a la nueva realidad del mundo combinando las ventajas de la economía del mercado con una política interior autárquica. Desde este modelo singular, China trata de reivindicarse a sí misma encandilando a la comunidad internacional. Pero si la cita olímpica constituye un inmejorable escaparate para ese objetivo, también lo es para conocer la trastienda más incómoda de un régimen sometido aún a desconfianza.