ZULET

Salvajes

No son inocentes, ni cándidas almas infantiles, son nuestros pequeños monstruos. Nos ha costado dos generaciones, al fin lo logramos: una mutación total sin necesidad de ingeniería genética. Nos ha bastado nuestra indolencia, nuestro cansancio, nuestro miedo y nuestra total indiferencia. De este modo hemos parido una generación sin ideas, para la violencia ni siquiera precisan de un disfraz ideológico; sin memoria de su herencia, sin formación ciudadana ni humanística... Pero con los más sofisticados medios al alcance de sus revueltas neuronas.

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Las palizas con aclamación y grabación de grupo entre niños, niñas, casi adolescentes y descerebrados en largo proceso de aculturización, anuncian, a voces, el fracaso al cual hemos abocado a nuestros muy queridos, mimados y olvidados niños. No son inocentes, tan sólo son bestezuelas sin más referencias que una sociedad salvaje donde se premia la estupidez, la estulticia, la ignorancia, la vagancia neuronal y la tolerancia amedrentada de padres, profesores, políticos y demás supuestos adultos, que temen tanto ver los resultados de semejante mutación como para no tomarse en serio la gravedad de una enfermedad capaz de minar centurias de civilización.

No leen porque nadie se ocupa de enseñarles a entender; y si les proponen una lectura, se emperran en que ésta sea banal, frívola y tontuela. Nada de memoria histórica, nada de verdades, nada serio... Como colofón, añaden la negativa paterna a gastarse un euro en libros, pero todos estos pequeños usan móviles de última generación.

Los hemos olvidado, entre la prisa por pagar la hipoteca y el miedo a enfrentar nuestras propias miserias; les hemos negado los duros y consoladores cuentos; les compramos cosas a cambio de abrazos y palabras. Y ellos, que no son tontos, observan cómo triunfan los mejores buitres; se alimentan con cutrerío violento de quienes se van a despellejar en público y cobrando. Luego, salen a la calle y nos imitan en lo peor, a bofetadas jaleadas. Ni ellos ni nosotros, supuestos adultos, somos inocentes. Y ellos deberían aprenderlo en sus propias y frágiles carnes.