EL BESTIARIO GADITANO

Consecuente

Hace un mes me presentaron a un señor que criticó un escrito mío en el cual traté de hacer una sátira humorística de los todavía mayores desmanes a que podría llegar el nacionalismo vasco -si las urnas no lo impiden- en su afán por extender el uso obligatorio del euskera en el mundo de la empresa privada. Ponía ejemplos jocosos como el tren de la bruja o los puestos de castañeras.

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Al señor en cuestión el texto no le había hecho ninguna gracia y expuso su visión del asunto, en la que se repetía con frecuencia el verbo obligar y una lóbrega alusión filofascista a que a veces es necesario utilizar el palo. De repente, se me encendió la bombilla -una de 25 vatios, ya que la talla intelectual de la discusión no precisaba de mayor iluminación- y le pregunté o más bien afirmé que daba por supuesto que él hablaba euskera. El hombre puso cara de circunstancias y dijo que no, que él no. Naturalmente, la conversación terminó en aquel momento, invalidada por tamaña contradicción y autodescalificación para hacer proselitismo de la lengua que quería imponer a los demás pero él desconocía.

No es la primera vez que me encuentro con este fenómeno -me refiero a esa falta de consecuencia con el euskera- y abundan los ejemplos en otras materias, mucho más graves y dándose una contradicción más activa. El hipócrita y caradura senador norteamericano que encabeza movimientos para erradicar la prostitución en su Estado y luego se descubre que es el mejor cliente del burdel; el pastor religioso que predica la castidad y termina juzgado por pederasta o el juez anticorrupción acusado de prevaricar.

Poco hace falta añadir; hay cosas que hablan por sí mismas sin necesidad de comentarlas demasiado. Lo menos que se puede pedir es que el que se dedica a quemar libros al menos sepa leer y tenga una somera idea de lo que echa al fuego.