EMOCIONANTE. La 'conferenciante' puso en pie a los asistentes. / EFE
El testimonio de una chica hondureña centra el debate en el Congreso del Sida: cómo evitar la discriminación y ayudar a los países pobres

«Los niños queremos educación sexual»

«Queremos participar y ser escuchados». «En esta etapa de la vida en la que estamos conociendo nuestros cuerpos y experimentando nuevos sentimientos, en que sentimos mariposas revoloteando en el estómago, es necesario que contemos con la información sobre nuestra sexualidad, sobre los cambios que ocurren en nuestro cuerpo y cómo lo estamos viviendo». Tiene sólo 13 años y una capacidad de lógica y razonamiento impropia de su edad. No es médico, investigadora, ni dirigente de nada más que de su propia existencia.

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La niña, una hondureña llamada Keren Dunaway González, es noticia no por su desparpajo y prematura madurez, ni siquiera porque naciera con el virus del sida (VIH), que heredó de sus padres. Lo es porque el pasado domingo le tocó participar en la sesión inaugural de la conferencia mundial del sida, en México, y se ha convertido desde entonces en emblema de los principales retos que afronta la enfermedad. La del sida no es sólo la lucha contra una de las más devastadoras patologías que ha tenido que afrontar el ser humano. Es también el combate contra las desigualdades sociales que brotan de acontecimientos tan circunstanciales como haber nacido mujer, ser homosexual, residir en el Sur del planeta... vivir con el sida. Más de 23.000 delegados llegados de todos los rincones del mundo acuden estos días en México al primer congreso mundial del sida en un país latinoamericano. Acción Universal, ¿Ya!, el lema elegido para la ocasión, pretende llamar la atención sobre un temor que cada vez tiene menos de advertencia y más de realidad. El esfuerzo internacional por parar la epidemia de sida crece, pero la enfermedad se extiende a tal velocidad que los recursos disponibles resultan cada vez más insuficientes. Bailes regionales y mariachis pusieron la nota de color a una sesión inaugural marcada, a partes iguales, por las buenas palabras de los mandatarios políticos, llenas de promesas, y la reivindicación de los activistas.

Negociaciones

«Queremos que los gobiernos tomen en cuenta nuesta opinión y nuestras necesidades», dijo la pequeña hondureña, aparentemente tímida tras el estrado de oradores pero muy clara en su mensaje. «Yo -habló en primera persona- tengo a mi mamá y a mi papá que también viven con el VIH. Mi papá está padeciendo enfermedades relacionadas con el sida (la última fase de la patología). Está ciego y en silla de ruedas y es muy difícil para mí verlo así. Sin embargo», resumió la joven militante, «sueño con un futuro con oportunidades para los más pobres y vulnerables, un futuro sin estigma ni discriminación».

Esa frase resume las dos grandes cuestiones sobre las que pivotarán los próximos cinco días de ponencias, charlas y negociaciones en la ciudad de México. Discriminación y dinero. Los grandes avances que se han dado contra el sida en apenas 25 años, sin comparación posible en la historia de la Medicina universal, se ven empañados, incluso podrían verse frenados, por el rechazo que sufren los afectados, tanto en los países del Norte como del Sur, y por la falta de fondos para detener la epidemia.

Dunaway no se refería al hablar de discriminación a las menores oportunidades de todo tipo que tienen los infectados, sino a otro fenómeno emergente que se tratará estos días. Con el objetivo de frenar la expansión de la epidemia, algunos países han comenzado a dictar leyes que castigan la transmisión del VIH. ¿Debe penarse el contagio de una enfermedad? ¿En qué casos? Queda mucho por debatir.