Tribuna

Gitanos y periodistas

Éste podría ser el título de una película o de una novela, pero no lo es. Es el enunciado de una relación tormentosa en la que unos y otros nos hemos mirado siempre con el recelo de no saber en que momento se romperá la baraja y pasaremos al ataque mutuo. Periodistas y gitanos hemos sido, y somos, un binomio de seducción recíproca en el que los gitanos hemos esperado de los periodistas que comprendan nuestra manera de ser, mientras que los periodistas han intentado sonsacar de nosotros todos los misterios ocultos que, en realidad, no han existido más que en la imaginación de sus mentes.

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Reconozco que los gitanos somos una comunidad con atractivo periodístico. En casi todos los países constituimos una minoría visible, término que en algunos casos ha sido aceptado como una expresión de derecho, pero que no es en ese aspecto en el que interesamos a la opinión pública, sino más bien en el sentido lorquiano o unamuniano. El primero porque nadie como García Lorca supo elevar la categoría de lo gitano «a lo más elevado, lo más profundo, lo más aristocrático de mi país», y el segundo porque la tragedia, de la que don Miguel de Unamuno escribió con tanto acierto, siempre ha estado presente en nuestro pueblo. Así lo vemos en las largas noches de huida y desesperación suprema, mientras los perros de la justicia del Renacimiento nos perseguían para cortarnos las orejas o llevarnos a remar a las galeras reales. O en la muerte de Carmen, después que Merimeé determinara que José, su marido despechado, debía matarla para troncharle las alas de la libertad. O en nuestros Romeo y Julieta gitanos que como nadie supo retratar Rovira Veleta en su película Los Tarantos, mientras Carmen Amaya daba alaridos de muerte ante el trágico final de la joven pareja. Ésta es la imagen que prima, salvo honrosas excepciones, entre los periodistas mejor intencionados de nuestro país.

Porque de los periodistas mal intencionados, que también los hay, vale más no hablar. Son aquéllos que se regodean diciendo que «las cárceles están llenas de gitanos», «que los gitanos somos los principales traficantes de droga», que «los gitanos robamos niños» o que «nos comemos a la gente cruda» ¿Menos mal que Juvenal muchos siglos antes, dijo que «los galos de Gascuña y los españoles de Sagunto se alimentaban algunas veces con la carne de sus compatriotas».

Desde la Unión Romaní, organización altamente representativa de los gitanos españoles, venimos diciendo que de muy poco servirá hacer escuelas para la alfabetización de los adultos, o hacer cursos de desarrollo comunitario, o programas de promoción de la mujer gitana, si previamente no hemos ganado la batalla en los medios de comunicación. Es fundamental que los informadores españoles entiendan que decir 'gitanos' en contextos peyorativos no añade nada sustancial a la noticia y, por el contrario, nos causa un daño enorme.

No es necesario hacer hincapié en la tremenda fuerza que los medios de comunicación tienen en la sociedad actual. Los periodistas no son, o permítanme que me incluya, no somos el cuarto poder. Los periodistas somos el primer poder. Siempre recordaré la seguridad con que un director de periódico, de la época de la Transición, me decía: «A Adolfo Suárez no lo habéis vencido los socialistas. A Adolfo Suárez lo hemos derrotado nosotros desde las páginas del periódico».

Ya sé que es el pueblo, ente intangible, quien quita y pone gobiernos. El pueblo de quien el propio Marx dijo que es una entelequia compuesta por clases sociales con intereses y aspiraciones divergentes. El pueblo que se emociona viendo y tocando a sus líderes pero que no les vota hasta que en audiencias millonarias les contempla zurrándose de lo lindo en los debates electorales. ¿Quién pone y quita gobiernos? ¿Los medios de comunicación! La televisión, que más que nunca es el aula sin muros de la que hablaba McLuhan. Dice Vargas Llosa que visitar el Newseum de Washintong se convierte en una experiencia maravillosa, porque el periodismo «bautizado como el cuarto poder del Estado con cierta modestia -en algunas circunstancias se convierte en el primero-, ha sido, en su mejor expresión, un factor esencial de progreso y modernización, dinamitando prejuicios y aboliendo ignorancias... y contribuyendo de manera decisiva a denunciar y poner fin, o al menos atenuar, a injusticias e iniquidades como la esclavitud, el racismo o la xenofobia»

Nosotros, que desde la Unión Romaní hacemos un seguimiento puntual de lo que la prensa dice de nosotros, nos ratificamos en nuestra afirmación hecha más arriba. Primero hay que ganar la batalla en los medios de comunicación. Y para ello debemos convencer a los periodistas españoles de que actualicen todo aquello que nos enseñaron en la facultad sobre el mito anglosajón de la objetividad informativa. No existe esa objetividad en estado puro, y si existiera debemos renunciar a ella cuando del racismo se trata. Nosotros pedimos a los periodistas que formen frente común con quienes luchamos contra el racismo y la xenofobia. A los racistas ni agua. Con fe inquebrantable lo afirmamos y con paciencia bíblica lo esperamos.