Editorial

Proceso de credibilidad

La extradición de Radovan Karadzic para que sea juzgado en el Tribunal de La Haya por genocidio y delitos contra la Humanidad cometidos constituye un movimiento determinante para que la Justicia Penal Internacional pueda resarcir a las miles de víctimas y a todos aquellos que quedaron sin consuelo en su día con el fallecimiento de Slobodan Milosevic antes de que se dictara sentencia. Pero la entrega de Karadzic refuerza al tiempo la credibilidad del Gobierno serbio sobre su determinación de colaborar en la localización y captura de los criminales de guerra requeridos por La Haya, requisito ineludible para que el país balcánico pueda acercarse a la UE. El Ejecutivo del proeuropeísta Boris Tadic ha protagonizado el gesto que se le exigía tras la detención del ex líder de los serbios de Bosnia, aunque el mismo apremia ahora más si cabe el apresamiento de su principal lugarteniente, Ratko Mladic.

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La gravedad de los hechos imputados, la sospecha fundada de que Belgrado ha eludido durante años las responsabilidades que se le trasladaban y la amenaza de la violencia que aún anida en los Balcanes justifican los condicionantes impuestos por la Unión para desarrollar el acuerdo de estabilización y asociación firmado in extremis en abril a fin de procurar -como así fue- el triunfo electoral de los partidarios de la futura entrada en Europa. La detención y entrega de los criminales de guerra debería ser asumido por los serbios no sólo como un paso inevitable para superar la falta de expectativas vitales en que les ha sumido su preponderante papel en la sangrienta desintegración de la ex Yugoslavia, sino también para encarar el imprescindible proceso de distinción política, social y moral entre los verdugos y sus víctimas. Pero la UE debería calibrar con cuidado la presión que ejerce sobre un país donde el nacionalismo más radicalizado sigue dispuesto a explotar en beneficio propio agravios largamente larvados, sin olvidar las consecuencias que han acarreado los propios titubeos de la Unión en la gestión de un conflicto que le atañe directamente y las contradicciones que suscitan las actuales exigencias de Holanda, a cuyos cascos azules correspondía velar por la seguridad de la masacrada Srebrenica.