Opinion

Libertad

CALLE PORVERA A riesgo de que mi compañera Silvia me apuñale con una mala mirada, tengo que reconocer que no siempre creí en la inocencia de Ricardi. La ignorancia recorría mis ojos y se entrelazaba al final de mi cabeza. No era capaz de concebir tremendo error en un sistema judicial que ahora me asusta casi al mismo nivel que los violadores, los asesinos o los etarras. Miedo e indignación por partes iguales. Y aún así, al hombre le alcanza para mantener su confianza en una ley que le ha robado trece años de su vida. Impagable. Imperdonable.

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Mucho me tuve que empapar de la insistencia de Silvia en la inocencia de un Ricardi que hace un par de días dejó los cuatro muros de su celda en Salamanca para iniciar un periodo vacacional eterno. Ningún turista disfrutará tanto como Rafael de su entrada en El Puerto. Ese hombre ha vuelto a la vida, ha resucitado tras un infierno de trece años que por desgracia le dejará un estigma irreparable. Ni el mejor de los cirujanos plásticos será capaz de maquillar el hachazo que la justicia ha pegado a la vida de este portuense, acusado y condenado por un delito que nunca realizó.

Mientras leía las crónicas enviadas desde Salamanca por los diferentes enviados especiales una leve sonrisa se dibujó en mi rostro imaginando la satisfacción y las ganas de vivir de un hombre que salió de una máquina del tiempo y que ahora llega a un nuevo planeta. Todos quieren escuchar a Ricardi, todos tenemos curiosidad por saber qué puede pasar por la mente de un hombre castigado que ahora sólo le queda intentar disfrutar de la vida, de su familia, de su hija, de rebuscar amigos...