Editorial

Unión mediterránea

La Los jefes de Estado y de gobierno de 42 países dieron paso ayer en París a la creación de la Unión por el Mediterráneo bajo la presidencia conjunta de Nicolás Sarkozy y de Hosni Mubarak. La nueva plataforma nace como embrión de una organización internacional dedicada a la paz y al desarrollo de una de las regiones más conflictivas y con más desigualdades del mundo. Como era previsible el conflicto árabe-israelí dominó la atención mediática en el lanzamiento de esta asociación. Gracias a los buenos oficios de Sarkozy, por primera vez Siria y Líbano acordaron la apertura de embajadas y representantes sirios e israelíes se sentaron en la misma mesa. Pero junto a ello el encuentro dio luz verde a tres proyectos que ejemplifican la tarea para la que ha nacido dicha Unión: el intercambio de estudiantes, la inversión en energía solar y la lucha contra la polución del Mediterráneo.

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El Gobierno español, junto con el alemán y el italiano, se ha esforzado durante el último año por vincular este proyecto personal de Sarkozy con el llamado Proceso de Barcelona, una iniciativa europea de cooperación puesta en marcha en 1995 pero que nunca consiguió avanzar. La Unión nacida ayer potenciará dicho proceso y para ello contará con una Secretaría General permanente, una Asamblea Parlamentaria y una doble presidencia Norte-Sur. Nuestro país ha apostado en firme en las últimas horas para que en noviembre se fije la sede de la citada secretaría en Barcelona. Pero más allá de obtener satisfacciones simbólicas, España debe seguir trabajando para que la nueva Unión por el Mediterráneo no divida a la Unión Europea y para que proyecte su eficacia en el ámbito regional y no sólo favorezca los legítimos intereses diplomáticos franceses.