MAR DE LEVA

Una semana mestiza

Cuando los amigos de fuera me preguntan dónde voy a ir en verano, les contesto siempre que para ir de vacaciones sólo tengo que cruzar la calle. Es la verdad, les da mucha envidia, y yo quedo como Dios, aunque exagere un poquito, porque desde hace unos ocho o diez años sí que dedico unos días de mi verano a pulular por Gijón, invitado por la organización de la Semana Negra.

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Lo habrán visto ustedes alguna vez por la tele, un tren cargado de escritores, directores cinematográficos, artistas y músicos que desembarca en la ciudad norteña, tan parecida a Cádiz y a la vez tan distinta, para animar durante diez días el cotarro cultural y el cotarro ferial: debe ser el único lugar del mundo donde conviven sin estridencias las norias, los coches de choque, los conciertos, las presentaciones de libros, las tertulias literarias, los premios, los churros, la sidra, los recitales poéticos y los bocadillos.

Ciento cincuenta invitados de todos los países del mundo, con nombres de primera fila en las letras internacionales (Angel González era un asiduo, lo mismo que lo es Peter Berling o, este año, George R. Martin, a quien ya empiezan a considerar el sucesor de J.R.R. Tolkien). Lo que empezó siendo un festival aglutinado en torno a la novela policíaca ha acabado por convertirse, veintiún años más tarde, en una verbena que sirve de encuentro de géneros y una apuesta por el mestizaje: novela fantástica, policial, histórica, poesía, exposiciones, fotoperiodismo, talleres para aspirantes a escritores jóvenes y para aspirantes a escritores de la tercera edad, historieta, concursos de gastronomía y hasta con cierta coña de belleza (¿para mayores de cincuenta!), premios a las mejores novelas publicadas en esas categorías, cine, presentaciones editoriales, sana cultura mezclada con sano cachondeo.

Un millón de personas llegan a visitar el recinto en estos días, convirtiendo el acto en una mezcla continua de tipos y de estilos. La literatura y los prebostes de la literatura se bajan del escalón y conviven con principiantes, discuten apasionadamente por temas que en otros sitios los convertirían en seres insufribles, y la gente que pasa y se asoma a la gran carpa donde se celebra la parte cultureta de la feria se queda y sonríe, y compra libros, y pide firmas.

Porque de eso se trata, en el fondo: de una fiesta de los libros donde la alta cultura se quita los tacones y camina descalza por la arena. Cada año son más las editoriales y librerías que acuden al acto y más los libros que se venden, desde las novedades a los saldos o las joyitas descatalogadas.

Se dice pronto, oigan, veintiún años ahí al pie del cañón. Con sus logros y sus detractores, claro, que también los tiene: hay quien se queja del ruido, cosa que a los que sabemos lo que puede ser el Carnaval nos descoloca un mucho. Parece que la Semana Negra, que encabeza con ilusión Paco Ignacio Taibo II, está siempre en el ojo del huracán. Si alguna vez quienes se oponen a la Semana tienen la posibilidad de acabar con ella van a verse metidos en un lío bien gordo, porque las tradiciones de éxito no pueden arrancarse fácilmente de los pueblos.

Es, sin embargo, una fórmula mágica: unir la literatura culta con la de género, la música de cámara con la banda de tambores. No sobrevive por casualidad. Un enorme tinglado levantado a fuerza de tesón, de prueba y error, que lleva el nombre de la ciudad por todo el mundo y que trae a la ciudad gente de la cultura de todas partes.

Una fórmula ideal que no se importa a otros lugares. Quizá porque seguimos creyendo que la cultura es esa cosa de corbata y pajarita y palabras retorcidas que espanta a quien va dirigida y está en manos, casi siempre, de pedantes.

Rogaría yo a nuestros encargados de la cosa que se pasaran un año por Gijón, para robarles tan increíble fórmula, como la de la Coca Cola. Anda que no ganarían nada nuestros veranos o nuestros inviernos si pudiéramos adaptar a Cádiz aunque fuera un diez por ciento de la filosofía del mestizaje cultural de la Semana Negra.