Opinion

Luz en el túnel

Han puesto luz en los túneles de la Vía Verde, y ahora los urbanitas en bici pueden cruzarlos sin romperse la crisma en algún socavón. También han desbrozado las cunetas, han señalizado los molinos, renombrado los carriles, los canales y las acequias, e incluso han asfaltado los peores tramos de esa calzada antigua, hecha de chinitos y de albero. La Estación de Puerto Serrano, cuando no era más que el esqueleto ruinoso de un edificio tosco -insistentemente bombardeado durante la Guerra Civil-, servía para cobijar los lances amorosos de las parejas y los asuntos psicotrópicos de algunos aventurados hippis rurales. Ahora, al fresquito del aire acondicionado que acondiciona las neuronas cuando aprieta el calor, los mismos niños que entonces nos partíamos los gemelos a lomos de la Orbea Furia para bañarnos en un recodo del río, pedimos una botella de Marqués de Cáceres y sustituimos impúdicamente el bocata de choped con aceitunas por un solomillo al amontillado de seis dedos de gordo. Lo de nadar en el Guadalete, cualquiera sabe por qué, resulta que nos da vergüenza.

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Miguel Delibes, que sabía mucho de paisajes infantiles, dice que cada hombre cultiva su propia geografía, y vuelve a ella, incluso involuntariamente, cada vez que la vida te pellizca el estómago por cualquier asunto más o menos transcendental, signifique eso lo que signifique. Esa colección de estampas mentales actúa como bálsamo, calmante y consuelo, quizá porque se refieren al punto del que partimos utilizando siempre atajos burdamente idealizados.

Estoy seguro de que las señales, las luces y el asfalto, la carne, los desbroces y el aire acondicionados llenarán la Vía Verde de alemanes pálidos, ingleses enfundados en chillones cullottes de ciclista y franceses dispuestos a dejarse el culo montando en una mula por esos cerros de Dios. A cambio, los que nos criamos por allí tendremos que pagar un alto precio: comprobar cómo nuestros recuerdos se convierten en el escenario triste y distorsionado de un extraño parque temático.