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La corbata

Me temo que la eliminación de la corbata que ha hecho el ministro Sebastián sea el primero de una serie de guiños demagógicos con los que los socialistas van a responder a la negra situación económica que nos espera. En el fondo, un amago de descamisados.

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Hace muchos años los socialistas renunciaron a los viejos ideales de la izquierda, pero les queda una propensión irrefrenable al populismo. Es posible que el ministro socialista haya querido copiar el ejemplo reciente de los japoneses pero, sobre todo, ha tratado de seguir la propia tradición. Si no es posible la apropiación colectiva de los medios de producción, ¿por qué no hacer algunos gestos que recuerden el viejo modelo igualitarista y social?

En realidad la insistencia de Zapatero en la memoria histórica ha tenido la pretensión de recordar, aunque sea de forma vaga, los programas revolucionarios ya imposibles.

¿Infantilismo? Los dirigentes socialistas saben que hay un tipo de comunicación que funciona a partir de este lenguaje simbólico. Si en los años treinta el sombrero era una señal de aburguesamiento, ahora la supresión de la corbata puede ser un guiño de ojo ecologista y ejemplar.

Por supuesto, no reconocerán nunca la inmensa desgracia que le ha supuesto a la economía española la renuncia a la energía nuclear aunque ahora Felipe González intente quitarse de encima la responsabilidad que tuvo en ese punto durante catorce años de gobierno. Extremadamente débiles y pobres desde el punto de vista energético, el ministro Sebastián ha querido compensar la subida del precio de la electricidad con un nuevo orden en el interior de los hogares. Es una forma de intervención socialista, la nostalgia de un imposible socialismo real. Nada que ver, en realidad, con la socialdemocracia aun cuando Zapatero reclamara el miércoles pasado en el Parlamento la vuelta a este modelo. Ese día fue explícito. En el comienzo de la terrible crisis que nos amenaza el presidente recordó algunos de los principios a los que no piensa renunciar: por un lado el aumento de los gastos sociales; por otro la subida de las pensiones. El sacrificio de las mejoras salariales de los altos cargos es una broma al lado de la congelación de los salarios de funcionarios que exige la situación y que llevó a cabo el PP cuando Aznar llegó a la Moncloa.