MCLAREN. Hamilton saluda a los aficionados británicos tras su pase por la línea de meta. / AP
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Lewis Hamilton arrasa sobre el asfalto mojado de Silverstone

El inglés se quita el corsé y gana ante su público en una soberbia demostración En una carrera loca por la intensa lluvia, Fernando Alonso acabó sexto

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Hamilton desplegó las alas como si fuera un predicador en Nueva York, uno de esos charlatanes de Harlem que salvan almas con un leve toque en la frente. Salió de su McLaren en el parque cerrado y a cámara lenta reprodujo una liturgia inhabitual en la Fórmula 1. Nada de gestos rabiosos, fiereza ambiental con puños en alto, jolgorio compartido y así. Levantó sus manos con las palmas extendidas hacia arriba mientras la parroquia de Silverstone entraba en una levitación próxima al paroxismo. Aquí estoy, soy vuestro, explicó con el lenguaje de los signos.

En vez de cambiar la reglamentación cada año para agrandar la leyenda de la sofisticación tecnológica, de armonizar el sistema de recuperación de energía (Kers), de eliminar centralitas informáticas, Ecclestone y su ejército de sabios deberían prestar más atención a la naturaleza. Debería ser obligatorio el descontrol que proviene de la lluvia.

Aquí en esta zona de Inglaterra, al tiempo cambiante, impredecible incluso para los radares más precisos, lo llaman showers. Duchas imprevistas que combinan el sol con el agua, los diluvios con el arco iris sin cambios sustanciales de temperatura. Siempre hay nubes en Inglaterra y hay que hilar tan fino para detectar y prevenir si lloverá o no que las carreras salen ganando en esa incertidumbre. La cita de Silverstone llegaba precedida del único elemento incontrolable para las gentes de la F-1: la naturaleza. Sin certeza sobre los pronósticos climatológicos, la carrera navegó entre las dudas. ¿Qué hacer? Montar neumáticos extremos o intermedios, cambiar los gastados o no en función del agua o el primer rayo de sol.

La lluvia separa la paja del grano, dicen en la F-1. Los cracks ganan con agua y cometen menos errores que los demás. A tenor de ese apriorismo, Hamilton hace honor a su fama mundial, Alonso es el piloto más solvente del momento, y Massa no es nadie sin el sol de Ipanema sobre su casco. El inglés ofreció un recital desde la primera vuelta hasta el momento en que calmó a la marabunta con las palmas boca arriba. Y se fue una vez por el sembrado. Alonso gobernó su Renault con mano de hierro, sin que las cámaras captasen una salida de pista, un mal tropezón. A Massa se le contaron al menos siete deslices, trompos, viajes a la hierba o similares.

Mucha irregularidad

La carrera fue muy entretenida por la variedad. Sólo Hamilton y Alonso mantuvieron una consistencia sobresaliente en el vuelta a vuelta. El inglés adelantó a Kovalainen en el cuarto giro y se despidió en busca de una recompensa que necesitaba como respirar. La prensa inglesa le había atizado con saña hasta el día de ayer. Lo demás fue el baile sobre un alambre.

En Renault consideraron que llegaría el sol en la primera parada de Alonso y mantuvieron sus ruedas mixtas desgastadas con la anuencia del español. Llegó la lluvia en la vuelta 22 y el asturiano se quedó compuesto y sin novia. Nada que hacer porque la desventaja se medía en varios segundos. Mientras Raikkonen iba y venía, Heidfeld remontaba desde el pozo, los trompos se sucedían y medio pelotón adelantaba a Alonso con las ruedas equivocadas, surgió el show de Barrichello.

Barrichello, sí, el ex compañero de Schumacher que iba camino de la jubilación. En diez vueltas y una estrategia de riesgo (montó neumáticos de lluvia extrema cuando la pista amenazaba con secarse), extrajo diferencias de un prólogo del Tour: diez segundos mejor que Alonso en cada vuelta, 27 mejor que Rosberg y ocho mejor que el líder Hamilton. Por momentos pareció que podía incluso ganar la carrera si el suelo de la pista seguía mojado.

Salió el sol, los coches secaron la trazada, y Barrichello se quedó sin gasolina. Pasó por la manguera y ya con neumáticos mixtos igualó el rendimiento de su Honda al de los demás coches. No subía al podio desde la pantomima de Indianápolis 2005, con seis coches en pista. Hamilton dobló a todos los pilotos, salvo a su compañía del podio, el granítico Heidfeld y el renacido Rubens Barrichello.