LA RAYUELA

La Roja

Quién nos iba a decir que en este país, donde rojo y masón eran (y son todavía para los locutores y los dueños de la COPE) insultos complementarios que designan a vendepatrias con rabo y olor a azufre, se haya ganado la Eurocopa con el impulso de una marea roja que sube de Algeciras a Irún, Port Bou o Finisterre. Y menos aún, que se haya celebrado en un mar rojo de banderas en la Plaza de Colón, rebautizada para la ocasión como Plaza Roja, arrebatándole de un plumazo su simbología a quienes anteriormente la utilizaron para lucir de forma partidista la bandera nacional.

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Que el fútbol es sólo fútbol es una tautología que sólo se cumple en situaciones idóneas de plena normalidad democrática. La sentencia expresa más un deseo que una realidad, ya que al ser una pasión compartida por tantos, la tentación de usarlo como estrategia de dominación y control es irresistible. Por ello, el fútbol ha sido uno de los instrumentos más queridos de las dictaduras para manejar las emociones que desata en beneficio propio. El invento es tan viejo cómo el panem et circenses y el opio del pueblo con que los sátrapas desviaron siempre las tensiones políticas y sociales hacia un enfervorecido nacionalismo.

El fútbol fue uno de los pilares básicos del nacional catolicismo que consiguió su mayor cota de legitimidad y aceptación con el famoso gol de Marcelino en la escuadra de Yhasin, la araña negra, aquel lejano verano del 64. Eran los tiempos de los XXV Años de Paz, y el sátrapa conseguía vencer en el césped al demonio rojo. En 1984, al socaire del nacionalismo avivado por la recuperación de la democracia y el primer gobierno socialista, España soñó con la Eurocopa hasta que Platiní batió al mítico Arconada.

La pregunta sería ahora: ¿un nuevo nacionalismo con este equipo de gloria? A tenor de las movilizaciones y audiencias que el campeonato ha conseguido, la respuesta es sí. Un subidón sustentado en el dato objetivo de que la selección ha estrenado una nueva cultura futbolística que arrasa. Pero, ¿qué hay más allá del fútbol? Hay un nacionalismo español reavivado desde los medios de comunicación y la política. La apuesta decidida de un grupo de comunicación que ha arriesgado mucho con una estrategia mediática precisa (We can) y un excelente equipo de profesionales, ha conseguido culminar la mejor operación de audiencia del periodismo español.

Esta estrategia no es ajena a otra de carácter estrictamente político con la que converge y a la que refuerza. Se trata del cambio de dirección que el PSOE ha emprendido después del fracaso de las iniciativas de acercamiento al nacionalismo periférico que culminaron en la reforma del Estatuto de Cataluña y el Proceso de Paz en el País Vasco. El PP había sabido rentabilizar el miedo atávico que la amenaza del separatismo provoca en la sociedad española, como ahora lo intenta con el castellano. Y lo había hecho, envolviéndose literalmente en la enseña nacional. Esta estrategia caló en una sociedad que lucía orgullosa su poderío económico, deportivo y democrático (país de libertades) al mundo. Y lo hacía con la bandera, de la que nunca se vendió tanta tela.

Con la Eurocopa la bandera ha vuelto a todas las casas y para cabreo de los intransigentes, manipuladores o nacionalistas separatistas, se han olvidado del color gualda: es La Roja.