VUELTA DE HOJA

Antes de tiempo

Escribo estas palabras sin saber todavía lo que ha pasado, pero sabiendo lo que va a pasar, que son sólo dos cosas. Ganando se pierde y perdiendo no se escarmienta. O somos los mejores del mundo o nos hemos aproximado mucho a serlo. No hay más que dos opciones, pero yo no tengo más que una: mi artículo tiene que estar en el periódico a las seis y media, y el partido empieza a las nueve menos cuarto. Sólo escribiendo dos, uno cantando victoria y otro cantando derrota, cumpliría con la rígida musa del periodismo, que es la diosa actualidad.

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Ni que decir tiene que soy frenético y sereno partidario de la selección española, pero no más que de la lengua en la que lo digo. Mi bandera es el idioma, que es además su mástil. Gonzalo de Berceo es compatible con Casillas, pero su capitanía va a ser más duradera y el Manifiesto por la Lengua Común tiene más hinchas que la selección. No se trata de ponerles trabas a las otras, que son hermosas y legítimas, sino de no abjurar de la que nos sirve a todos, incluso para repudiarla. Quiero decir, aunque no sepa decirlo bien, que a mí no me pueden quitar lo hablado. Ni lo oído. «No llore vuesa mercesita», le oí decir a una nodriza india, precedida por sus pómulos, en un parque chileno. Pablo Neruda, que abominaba de los torvos conquistadores, me decía que «se lo llevaron todo, pero nos lo dejaron todo: la palabra». ¿Cómo puede estar en peligro? Marginar el castellano, el español, no sólo es una insensatez, es una estupidez.

Estoy deseando que empiece el partido y, sobre todo, que acabe.

La Champion del idioma nos aguarda. Fernando Savater y Adrados empuñan mi bandera. Mi idioma es mi patria, aunque también lo sean otras donde se hablan otros idiomas. Queramos o no, ese idioma lo tenemos todos en la punta de la Lengua.