LOS LUGARES MARCADOS

75 años sin kavafis

Volver a leer a Kavafis siempre es una rara delicia. Es un paseo entre bellos cuerpos de miembros delicados, de ojos radiantes y labios húmedos, que invitan al amor carnal. En Kavafis, los reyes macedonios, sirios o alejandrinos, los antiguos poetas griegos, los suaves efebos prematuramente muertos, recuperan la piel, el deseo, la palabra, y caminan de nuevo, vivos y perfectos.

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Es fácil entender al poeta, admirarse con él ante la plenitud de Cesarión, el pálido, o ante la armonía del judío Aristóbulos, ahogado en un estanque, o ante la belleza de cualquiera de los jóvenes anónimos que recuerda haber amado en lechos fortuitos. Es fácil; y sin embargo, en la época en que vivió (de 1863 a 1933), muchos se espantaron: cobardemente se negaron a reconocer la hermosura de aquellos versos, donde se transparentaba la de los muchachos a los que iban dedicados.

Son otros tiempos, y la consideración hacia su poesía y hacia sus maneras es hoy casi unánime. Difícilmente puede quien lo lea evitar la fascinación. Volverá una y otra vez a viajar con él a Ítaca, deseando que el «camino sea largo, / rico en experiencias, en conocimiento»; volverá a rememorar frescos cuerpos de veintitrés años (qué más da que no los hayamos conocido); a beber el «vino fuerte» que sólo beben los audaces; a contemplar cómo la flor del deseo se despliega, perfumándolo todo a su alrededor, a pesar de los pesares.

El 29 de abril se cumplieron 75 años desde la muerte de Kavafis. Sólo vivió 60 años. Pero el premio a su dedicación a lo bello -y lo triste quizá, como en el binomio de Kawabata- es la eternidad. Al leer sus versos, reharemos sus pasos por la Alejandría que amó y detestó a partes iguales, como sucede con las grandes pasiones. No pierdan la ocasión de volver a compartir viaje con él.