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El apoyo británico al Tratado disipa las dudas entre los socios euroescépticos

Dos mensajes van a emanar hoy de la cumbre de jefes de Estado o de Gobierno de la UE sobre el referéndum irlandés: el país celta no está aislado en Europa y tiene un futuro claro en el club. Y lo cierto es que ninguna de esas dos ideas es cierta, porque Dublín está, efectivamente, aislada en la Unión y su estatus europeo se encuentra en entredicho. La cumbre europea se abrió ayer en la capital comunitaria bajo un síndrome de cortafuegos: aquí no pasa nada y ya veremos cómo ayudamos a nuestros amigos irlandeses a salir del lío en el que se han metido, venían a decir, aunque con diferentes palabras, los líderes de la Unión.

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La estrategia definida por las capitales europeas una vez conocido el 'no' irlandés, esto es, la continuación del proceso de ratificación entre los siete países que tienen el Tratado de Lisboa pendiente de convalidación parlamentaria, parece haber ganado. Sobre todo después de la ratificación del documento por parte de Reino Unido y el endoso subsiguiente de la Reina Isabel, que ayer Gordon Brown se traía a Bruselas como prueba de los deberes cumplidos. El ejemplo británico ha despejado las dudas de los demás, si es que las había: el primer ministro sueco, Fredrick Reinfeldt, manifestaba en Bruselas que su euroescéptico país proseguirá según lo previsto el proceso de ratificación. La Cámara legislativa votará el nuevo Tratado en noviembre. El jefe del Gobierno holandés, Jan Peter Balkenende, afirmó por su parte que el trámite parlamentario del texto comunitario sigue su camino con total normalidad. A primeros de mes, la Cámara baja le otorgó su visto bueno, y se espera ahora el dictamen favorable del Senado. La República Checa constituye la última interrogación.

Es, sin embargo, difícil de creer que las euroescépticas autoridades checas hagan descarrilar en solitario el nuevo Tratado. Sobre todo si se tiene en cuenta que los principales socios de la Europa comunitaria han apostado definitivamente por el nuevo ordenamiento de la UE. Ayer, Angela Merkel manifestaba que la apuesta institucional definida en el Tratado de Lisboa requiere de la unanimidad de los miembros, y que a nada viene ni favorece hablar de una Europa a dos velocidades. Con ello, la canciller alemana quitaba presión sobre Dublín, que es objeto estos días de duras acusaciones en medios internacionales por el fracaso en un referéndum en el que la práctica totalidad de las fuerzas políticas y económicas del país apoyaban el 'sí'.

La cumbre no estaba en condiciones de marcar los tiempos del 'impasse' abierto por el rechazo irlandés. El primer ministro irlandés, Brian Cowen, declaraba en Bruselas la imposibilidad de establecer un calendario para dar una solución al problema. «Hace sólo 7 días que los irlandeses se expresaron sobre el Tratado de Lisboa», dijo Cowen, para reiterar después que «esa decisión tiene que ser respetada». Michael Martin, ministro de Exteriores de la isla, hacía saber por su parte que el Gobierno realizará un informe sobre la situación después del verano, «probablemente en octubre».

Los dirigentes continentales parecían dispuestos a ofrecerle a Irlanda unos pocos meses para recomponer posiciones, pero los plazos son cortos: el presidente de la Eurocámara, Hans-Goert Pöttering, manifestaba ayer que el Tratado de Lisboa debería estar completamente ratificado y en vigor en junio de 2009.