OCIO. Imágenes de señores disfrutando de la desaceleración sugerida por la autoridad competente. / CEDIDAS POR FIDEL PARÍS
Jerez

La secta del 'a mí plim'

Todos estos señores que ven ustedes delante de la puerta de Casa Petra no están, contra lo que pudiera parecer, tomando este sol abrasador de mediados de Junio que nos ha llegado como anticipo del infierno estival. No señor, estarían ustedes muy equivocados si pensaran que, bajo ese aire apático, se dedican al dolce far niente tutelados por un chorreón de vasos de vino. Mentira cochina, estos señores son adeptos fieles de la secta del a mí plim, que propagan con éxito inigualable el señor presidente del gobierno y su melífluo y mefistofélico alter ego don Pepiño Blanco. Dicho esto con todos los respetos por don Mefistófeles, al cual no tuve el gusto de conocer; y a quien me imagino con aspecto menos compungido y mas sobrado de enjundia.

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A estos señores que ven ustedes disfrutando de la desaceleración económica, los puede usted encontrar en cualquiera de las terrazas del gallego de La Constancia, o el Canalejas de La Plata o la Calle Ancha.

En general, y para qué engañarnos, Jerez de la Frontera es campo muy bien abonado de antiguo para este tipo de seudo religiones; lo abarca todo desde tiempos inmemoriales y tiene un decálogo cuyos mandamientos no voy a desgranar por completo por que están en el imaginario popular, y de él no se salva ni la oposición, ni sindicalistas orondos abonados al bocata de chopepo. Pero empezaría mas o menos así:

Primero.- A mí plim, yo trabajo en Jereyssa.

Segundo.- A mí plim, yo trabajo en Urbaser.

Tercero.- A mí plim, yo estoy en diputación.

Cuarto.- A mí plim, soy sub-subdelegado de la Junta.

Quinto.- A mí plim, llevo quince años de concejal en la oposición.

Sexto.- A mí plim, no voy a seguir, para qué coño quiero yo mas enemigos.



Después vienen los entrañables personajes de la secta de a mí me la reflanflinla, a los cuales basta que les nieven copos de jacaranda, para que los árboles de la Porvera comprendan que a estos tíos les importa una higa la opinión que de ellos tenga el universo mundo. Son la flor de una bohemia tan excelsa y singular que apenas se desarrolla entre la puerta de la ONCE y la de la Escuela San Jose.

En este reducido habitat, y contemplados por la primera glaciación de la ofimática desde el escaparate de Comercial Arroyo, ejercen sus actividades nuestros protagonistas alternativos de hoy: genios con la cachaza de un ebanista filósofo, cuyo taller sería el decorado perfecto para una película de Rafael Gil sobre la vida de Leonardo Da Vinci con Paquita Rico de coprotagonista. Un ex marinero mercante como Justo Lara que me tiene prometido un imaginario album de sus andanzas por Mombasa, Kenia o vaya usted a saber. Un aparejador tarambana, o el inefable José Luis Toro, el chiquitín de la taberna de Baco, ese duendecillo inacabable decidor de maldades -si este puñetero no te ha puesto de parguela o mondrigón, es que no eres nadie en la Porvera). Tipos a los que uno situaría entre el piccolo mondo de Guareschi y el Tomelloso de García Pavón.

Estrambotes andantes como Juan, el Escalichao, ya dentro de otra galaxia; o el difunto Luis Mateo -aquel Warhol de bolsillo que se murió un ratito en casa de un amigo y resucitó bailando un twist-. Gente que se basta y se sobra para darle gracia y dislate al natural discurrir de nuestro aburrimiento. Con el Escalichao nunca sabré si es es mas complejo aguantar que te dé el coñazo o que él soporte nuestra vida insulsa desde su torre de delirio.

Mientras tanto, Fili, el socialista errante, continúa lenta pero inexorable la conquista de la margen derecha de este paseo marítimo del disparate que hemos dado en llamar a la calle Porvera.