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Sarkozy, ¿como De Gaulle?

Francia volverá a la estructura militar integrada de la OTAN, según anunció ayer el presidente Sarkozy, pero eso será compatible con los criterios del general De Gaulle, que hago mío, dijo sorprendentemente su sucesor. Todo sucedió ante un numeroso auditorio de militares y se enmarcó, como técnica de comunicación y tono, más técnico que propiamente político, en la presentación del anunciado Libro Blanco de la Defensa, una promesa de la campaña electoral y, según la oposición socialista, un mecanismo de creación de un contexto formal porque las decisiones son del propio Sarkozy sin más.

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En la literalidad del anuncio están, ciertamente, los tres puntos clave que el general De Gaulle esgrimió para dejar la Alianza Atlántica en 1966: a) Francia retiene completa autonomía política para saber cuándo desea enviar tropas a una operación; b) no pone jamás su fuerzas bajo mando ajeno en tiempos de paz; c) construye y mantiene su propia fuerza atómica nuclear y la mantiene como su propia disuasión nacional. Si todo esto es así, ¿dónde está el cambio y por qué no volvió al mando militar integrado cualquiera de los predecesores de Sarkozy, de su mismo partido? La razón parece ser de orden práctico: el nuevo presidente no comparte ninguno de los tics anti-americanos que se atribuían a Chirac, muy propios, por lo demás, de los gaullistas clásicos. La decisión es parte inseparable de la completa normalización con Washington, que tomó gran impulso tras la triunfal visita de Estado que hizo el presidente allí hace unos meses.

Sarkozy, sin embargo, la presentó como el fin de una anomalía (casi todos los socios europeos de Francia están en la OTAN sin reservas 'ad hoc') y como una contribución a la defensa de Europa, porque la OTAN y la UE son organizaciones complementarias, según la novedosa (y muy grata a los oídos americanos) descripción presidencial. En la práctica no hay cambios tangibles a la vista y, como subrayan algunos observadores, es más relevante el nuevo diseño de las fuerzas armadas que propone el Libro Blanco: menos hombres y mucha más información, menos burocracia y más movilidad. Y, desde luego, una consideración extendida a las nuevas formas de amenaza, empezando por el terrorismo.