MUNDO

Viernes 13

Los irlandeses han decidido rechazar el Tratado de Lisboa al igual que hicieron en 2001 con el de Niza (que más tarde aprobaron), y la Unión entrará en una nueva fase de crisis institucional que se manifestará en el Consejo Europeo de los días 19 y 20 de junio y en las cercanas elecciones al Parlamento Europeo, y que deberá gestionar Francia desde el 1 de julio, momento en que asumirá la presidencia de la UE. Ni la presencia de líderes europeos como Angela Merkel, José Manuel Durao Barroso y Hans Gert-Pöttering, ni el apoyo de los partidos irlandeses mayoritarios del Gobierno (el Fianna Fáil de Brian Cowen, los Verdes y los Progresistas) y de la oposición (el Fine Gael de Edna Kennedy y el Partido Laborista de Eamon Gilmore) han podido evitar que se consumara el desastre. La peculiar alianza a favor del 'no', impregnada de diferentes ideologías y posturas que oscilan desde Sinn Féin hasta neoliberales como el empresario millonario que suministra material al Ejército de EE UU Declan Ganley, pasando por partidos republicanos (Coir) y de la izquierda política (Socialista, Comunista, de los Trabajadores), la Iglesia y sus falanges más fundamentalistas, gran parte de las clases medias del país, los ultramontanos y xenófobos defensores de las fronteras a ultranza, los nacionalistas más retrógrados, ha ganado el referéndum y ha conseguido paralizar el criticado proyecto comunitario.

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A los ganadores se les llena la boca con el éxito que para los «pueblos europeos» supone este rechazo. No se lo creen ni ellos, pero es bueno mezclar todo sin sentido. Sus intereses están a salvo después de aprovecharse de las ingentes cantidades de dinero que han llegado a Irlanda desde Bruselas (más de 40.000 millones de euros en 35 años). Pero no hay mal que por bien no venga y quizás sea el momento de desenmascarar a los Estados tramposos que se benefician de la Unión a la par que la torpedean, a los 'supuestos' movimientos antisistema que están haciendo el juego que más beneficia a las transnacionales a las que declaran combatir, y a los ciudadanos comodones que votan sin implicarse en el proyecto europeo y sin conocer aquello sobre lo que deciden.

Tiempo habrá para escribir con mayor profundidad sobre el tema, pero hoy podemos alegrarnos de la decisión irlandesa. Es el momento de aclarar posturas y plantear iniciativas claras para consolidar el proyecto europeo. Iniciativas que incluyen un replanteamiento de la posición de cada Estado y de los ciudadanos que los forman y que exigiría un referéndum de los 500 millones de ciudadanos que forman parte de la Unión. Sería el primer paso para solucionar los dos principales problemas de la misma, el político y el social, y para trabajar y luchar desde dentro creando una barrera a la depredadora mundialización de la economía y a la destructora concentración de capital y construyendo una verdadera Unión de los ciudadanos.