HASTA LOS GAVILANES. Estocada de Cayetano Rivera, ayer en Madrid.
Sociedad

Cayetano lo borda

El menor de los Rivera Ordóñez se reconcilió con Las Ventas en La Beneficencia con una sola oreja por pinchar

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Ni del todo bien ni del todo mal iban las cosas cuando se soltó el sexto toro de Núñez del Cuvillo. Dos de los cinco previos, primero y especialmente cuarto, fueron de nota. En bueno uno y en bravo el otro. Cayetano confirmó alternativa con el bueno. Al Rey brindó una faena de firme asiento pero un poquito envarada, más de dibujo que de gobierno. Ni redonda ni falta de inspiración. De estocada sin puntilla rodó el toro.

Morante se llamó andana con un astifino y cuajado segundo y optó por un suavecísimo macheteo de pitón a rabo antes de llegar al décimo muletazo. Los cuatro muletazos del macheteo fueron de una belleza absurda. Una estocada desprendida. El tercero, mortificado por un coro de miaus minoritario pero cargante, se fue cual bólido por el caballo de pica en dos varas que lo tundieron. Tuvo temple y descolgó bien, pero se le iban las manos al tercer viaje obligado. Manzanares lo toreó con cuanto pulso pudo y el toro se acabó asentando. Una tanda en redondo soberbia. Con la izquierda no hubo acople sino desarme. Pinchó por eso la faena. Y por larga. Estocada de las buenas.

En el cuarto toro, Morante puso la plaza en pie con diez lances de salida y recibo a toro crudo. Cosidos los diez uno tras otro desde tablas a la boca de riego mientras tronaba el ambiente. Todavía mejores fueron las cinco verónicas con que en los medios de nuevo y en su quite Morante repitió. Con la muleta lo toreó con académico primor. El dibujo seguro, perfecto. Pero el toro parecía pedir distancia. Y Morante, a su vez, no pareció dispuesto a irse de las rayas. Por lo que fuera. La armonía sostuvo en tensión aparente la faena. No hubo alardes ni mayor insistencia con la mano izquierda. Ni exceso de adornos de escuela y recurso. Un molinete, un cambio de mano, tres graciosos pases de costadillo sacados como un aleteo y a paso de banderillas una estocada desprendida. Una oreja. Ovación para el toro, que fue importante.

El quinto fue el de menos decir de toda la corrida. Lo durmió Manzanares con muletazos en mínima distancia.

Conquistar Madrid

Así estaba el negocio cuando saltó un sexto largo, bajo y bien armado que enterró los pitones en la arena tras la segunda vara. Ligero el palco al sacar el pañuelo verde. Pero justamente entonces se abrió la puerta de la fantasía. Con un sobrero de Victoriano del Río, de atigrada pinta, la cara lavada, finas cañas y muy particular estilo -codicioso, algo distraído, muy noble- vino Cayetano a destaparse, sentirse, sorprender y cautivar. A conquistar Madrid, según frase hecha.

Con una faena de rotundo sentimiento. Exquisita y frágil, y por eso conmovedora. Del todo improvisada, o eso parecía, de firmeza sin fisuras y, además, de una calma formidable. Con sus altibajos primero, de pura ingenuidad de torero nuevo. Con su seguro y arriesgado manejo luego.

Tanto que, desoyendo señas del callejón, y estando el ambiente volcado, Cayetano se salió al tercio para cuajar en redondo una tanda tan rica en todo que la gente se puso de pie. Torería clásica, clamor mayúsculo. Un pinchazo, una estocada, una oreja que iban a haber sido dos.

Incendiado duelo

Y antes, prólogo de ese raro poema, se produjo en Las Ventas un incendiado duelo. Morante le hizo al toro un quite de filigrana por chicuelinas. Extraordinario. La réplica de Cayetano fue el gran gesto. Una larga cambiada de frente y en pie, rara y sublime, capote a la espalda, casi un desarme y por la mismas, enjaretadas, cinco gaoneras de máximo ajuste, pura raza, pura rabia. Esta faena de tan propia musa tuvo el detalle de brindársela Cayetano a su mentor y maestro: Curro Vázquez, que estaba allí y la vería mejor que nadie.