ESPECTÁCULO TURÍSTICO. Un automovilista fotografía la larga cola que se forma a la entrada de un campo de refugiados en Ciudad del Cabo.
MUNDO

Dame esperanza, Jo'anna

Una violenta xenofobia sacude la República Sudafricana, pretendido modelo de integración étnica y transición democrática en el continente negro

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LA mayoría bailaba aquel calypso ignorando la letra, algunos sospechaban que la seductora Jo'anna se resistía a la pasión del cantante y muy pocos sabían que, en realidad, no se trataba de la mujer de sus sueños, sino de toda una metrópoli: Johannesburgo, el motor económico de la República Sudafricana. Eddy Grant, el autor, hablaba, en realidad, del régimen del apartheid, ya moribundo a principios de la década de los noventa, cuando convirtió la canción 'Gimme hope, Jo'anna' en un éxito internacional. «Hace que unos cuantos estén felices, pero no se preocupa del resto», le reprochaba con cadencia tropical. «Somete a un hermano, pero, posiblemente, la presión haga ver a Jo'anna como todos podemos vivir como uno solo».

La esperanza radicaba en el cambio, en la democratización y el ascenso al poder de la población negra, pobre y marginada por el antiguo sistema de segregación institucionalizada. Catorce años después de las primeras elecciones libres, el anhelo de la canción parece condenado. Los hermanos de raza y penurias se han masacrado entre sí en un brutal estallido de violencia, originado, inicialmente, en la periferia de la tercera urbe de África y extendido a otros núcleos urbanos importantes como Ciudad del Cabo o Durban.

La xenofobia ha provocado varias decenas de muertos y arrebatado el hogar, muy precario, a unos 100.000 extranjeros, principalmente zimbabuenses y mozambiqueños, pero también de otros países vecinos o tan alejados como Ghana, Somalia o Nigeria, que habían acudido a ella en busca del futuro que su patria les niega. También ha obligado al despliegue del Ejército, práctica inusual en los últimos años y que denota la gravedad de los hechos.

Esta crisis no resulta extraña. Aunque se trata de la mayor potencia continental, el reto de convertir un país étnicamente diferenciado en una república modélica exigía, además del carisma de Nelson Mandela, el consenso nacional y, sobre todo, un milagro económico. Por supuesto, en el breve período transcurrido, no se ha visto sensiblemente alterada una firme estructura basada en la existencia de una minoría blanca y asiática dotada de un nivel de vida plenamente occidental con una mayoría indígena con escasa formación y desprovista de recursos.

Privilegios blancos

El 'Estado del arco iris' es el país con menor porcentaje de población africana del territorio subsahariano y donde los blancos no constituyen excepción reciente y privilegiada, sino una comunidad antigua, presente tanto en el campo como la ciudad. Unos hunden lejanas raíces en Gran Bretaña, otros reclaman las suyas entre los hugonotes franceses o los colonos holandeses, los 'afrikaners'. En cualquier caso, los descendientes de los europeos siguen detentando el poder económico, controlando grandes plantaciones, empresas y detentando los medios financieros, aunque su número decrece.

Se calcula que, en este tiempo, unos 800.000 han emigrado a Europa o Norteamérica y, si bien se sugiere que cierto acoso gubernamental o el clima de inseguridad ciudadana han empujado su marcha, no existen causas determinantes que expliquen el éxodo. Paralelamente, a lo largo de esta etapa, la minoría asiática, originaria del subcontinente indio, ha progresado en la escala social mediante el acceso a los cuadros ejecutivos públicos y privados. Pero, su lento incremento demográfico hace temer que buena parte de ellos prefiere buscar nuevos y lejanos destinos.

La pugna por el empleo en los 'township', barriadas periféricas en las que la tasa de desempleo alcanza el 40%, parece haber empujado a las turbas al acoso de los trabajadores foráneos, a atacarlos con piedras y cuchillos y, en algunos casos, a rodear sus cuerpos con letales neumáticos im-pregnados de gasolina ardiente. La frustración ciega no reconoce culpables ni las limitaciones reales de un sistema económico en transición. Durante el período del 'apartheid' se tendió a la autarquía, obligado por la política de bloqueo y sanciones internacionales. En los últimos años, el país se ha abierto a la globalización, una tendencia que proporciona grandes oportunidades, pero también fuertes quebrantos del tejido industrial en el competitivo mercado mundial.

Imagen política

Los sucesivos gobiernos del Congreso Nacional Africano, el partido hegemónico, se han esforzado por no desmerecer la gestión precedente y lograr la aprobación de los organismos financieros internacionales. Saben que se halla en juego la imagen política de los nativos, su capacidad para conducir el cambio y acabar con los tópicos sobre la venalidad de las autoridades indígenas, sobre todo tras la decepción previa de Robert Mugabe, el incómodo vecino y aliado del presidente, Thabo Mbeki. Frente a la tentación populista y mesiánica, se ha optado por la prudente estrategia de contención del gasto público y la inflación, una política que ha limitado la inversión pública e influido en el mantenimiento de la miseria.

Esa desilusión se ha incrementado, dramáticamente, con la masiva recepción de los inmigrantes. Mientras Zimbabue se hundía, sus habitantes buscaban el refugio en Johannesburgo, Pretoria o Durban. Al mismo tiempo, afluían angoleños, espantados por las penurias de su posguerra, o mozambiqueños que abandonaban uno de los países más pobres del mundo, asolado por sucesivas catástrofes naturales ligadas, posiblemente, al cambio climático. También llegaban habitantes de Suazilandia, Malaui y Lesotho, estados-satélite de Sudáfrica. En estas frágiles repúblicas concurre la pobreza tradicional con los altos índices de desestructuración familiar debido a la incidencia letal del sida, drama que afecta también a un elevado sector de la población local.

La entrada de cinco millones de africanos y asiáticos, y su permanencia en situación irregular, ha generado la sobreabundancia de mano de obra sin cualificar. El hecho ha incidido principalmente en la provincia de Gauteng, foco de los disturbios, y la franja costera, también afectada, las dos áreas que protagonizan el desarrollo. Asimismo, ha agravado el problema endémico de la infravivienda, el hacinamiento o la insuficiencia de los servicios públicos. Sin embargo, curiosamente, los consulados sudafricanos diseminados por todo el mundo siguen solicitando arquitectos e ingenieros, expertos en finanzas y obreros especializados que impulsen la modernización.

Debilidades internas

En el plano político, la intención de Mbeki y lo suyos ha sido la de apostar por el 'renacimiento africano', una teoría que defiende la viabilidad de un continente sometido a constantes zozobras y súbitos episodios bélicos. Su figura exterior se ha visto amplificada por la intervención en procesos de paz, caso de Congo y Burundi, o el impulso de programas de integración regional como la creación de la Comunidad de Desarrollo de África Austral. Pero, tras su desafortunado apoyo a Mugabe y, cuando, maniobraba en la trastienda del proceso electoral de Zimbabue, la violencia xenófoba ha descubierto las debilidades internas.

Las reprobaciones de los países cuyos nacionales han resultado implicados en las 'razzias' han motivado una respuesta gubernamental, aún no demasiado resolutiva. La intervención televisiva del presidente el pasado domingo, convertida en una especie de 'mea culpa' colectiva, ha querido contrarrestar la imagen de pasividad, casi anuencia, con lo ocurrido, y demostrar que el Estado de Derecho aún rige en los cinturones de miseria. Posiblemente, también demostrar que Sudáfrica es un lugar seguro para las inversiones internacionales, que mantiene su aval como potencia emergente en el Sur y la condición de arbitro indiscutible de la geopolítica continental.