EN EL PASADO. La plaza de las Marinas fue años atrás una rotonda más de la ciudad; hoy es un lugar de esparcimiento.
Jerez

Un oasis de mar colocado al norte de la ciudad

La plaza de las Marinas es el lugar de Jerez que más referentes y símbolos tiene del mundo marítimo

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Es un oasis de mar en la zona norte de la ciudad. La plaza de Las Marinas funcionaba hace unos cuatro años como una rotonda más de la ciudad, sirviendo exclusivamente para regular el tráfico rodado y como lugar de aparcamiento. Prueba de ello era la ausencia total de mobiliario urbano en este espacio, en el que destacaba como único elemento decorativo la escultura del ancla que la presidía. Tras las reformas llevadas a cabo en este lugar, se la ha dotado de un mayor uso público, creando una plataforma lo más amplia posible para la zona de estancia, que se diferencia perfectamente de la de tráfico rodado. Asimismo, se mejoró este espacio con la instalación de un monumento denominado Esqueleto de Mar, con lo que, junto al ancla original, esta plaza se convierte en un sitio en Jerez con referentes marinos. Por eso no había más remedio que llamarla plaza de las Marinas.

El tiempo parece que no ha pasado por el salón de actos de la Caja de Ahorros -ahora Cajasol-. Si todas las oficinas han cambiado de aspecto externo, el salón de actos sigue teniendo el antiguo logotipo antes de la unión de cajas de ahorros y sigue colocado en el frente aquello de San Fernando y Jerez. «Tiene mucha actividad. El otro día, sin ir más lejos, creo que hubo algo de música clásica para los niños. Además, en tiempos de Navidad también hay concursos de villancicos», comenta Raquel Jiménez, que lleva nada menos que ocho años trabajando en la plaza de las Marinas.

Raquel se dedica a reponer en el supermercado DIA. Antes era la marca ERCASA, pero el año 2000 cambió de propiedad este espacio dedicado a la alimentación. «Siempre ha habido aquí un supermercado. Yo creo que desde que se hicieron estos edificios está esta tienda de alimentación en la parte baja del bloque», asegura Raquel.

Fleming

Más allá, se encuentra uno de los clásicos de la zona, que es antesala del gran complejo del Polígono San Benito. Se trata del bar Fleming. Ha llegado la tarde y las mesas están ocupadas por los vecinos que bajan al bar a jugar al dominó. Las voces se dejan oír desde el exterior. Un señor con bigote canoso parece muy enojado. Grita al jugador que tiene a su izquierda y que, al parecer, juega de pareja con el que tiene frente a él. «Te creías tú que me ibas a dar coba Venga ya, hombre, si yo sé mucho más que tu», vocifera. Los demás jugadores callan y parecen que otorgan, mientras que el compañero coloca las piezas boca abajo y las va arrastrando en forma circular, supuestamente para removerlas y barajarlas. El piso de la mesa está gastado de tanto barajar fichas. Las huellas del juego, sin duda. Es mejor dejar la guerra, las chispas pueden saltar en cualquier momento, sobre todo si se trata de un indocto que hace una pregunta a destiempo. La cosa no está para cuestiones baladíes.

En el mostrador está Serafín López Torres. «El bar no es mío. Sólo soy un trabajador. Esto es de José Moreno López, El Chino. Él lleva con el bar abierto unos 29 años, casi nada», comenta mientras va a buscar un vaso de agua para un cliente. «El bar ya lo ves -prosigue-. Buen ambiente, mucho pique con el dominó y clientes muy asiduos. Somos una familia bien avenida y, aunque escuches estas broncas, la sangre no llega nunca al río. Bueno, lo clásico de un barrio. Tenemos desayunos muy ricos, y por supuesto las tapas para el mediodía. Especialidad de la casa, las gambas con bechamel y los caracoles, ahora que estamos en temporada», subraya. El Fleming es uno de los lugares con más solera de las Marinas, un buen lugar donde van a parar los bucaneros que surcan los mares de la ciudad.

El kiosco

En un lateral de la plaza está el kiosco. Lo lleva Isabel, que cuando llega este mes de mayo se mete dentro del pequeño habitáculo y no lo abandona hasta que llega octubre: «No me dejan abrirlo todo el año, hijo. Qué más quisiera yo que tenerlo siempre abierto. Pero, bueno, a falta de pan, buenas son tortas. Así que es mejor no quejarnos porque podríamos estar peor». La crisis también ha llegado al mundo de las golosinas. Todo está parado. Las bolsas de almendras, pipas, cacahuetes y avellanas están en formación, colgadas de las paredes del kiosco. El marido de Isabel, entre tanto, ultima los detalles que faltan mientras que un pequeño televisor suena al fondo, vomitando programas basura de las tardes televisivas. «De todas formas, no nos podemos quejar. Gracias a Dios llevamos ya muchos años y la gente se acerca a comprar golosinas o los helados, que ahora cuando comienzan las calores se demandan mucho», concluye Isabel.

Celebración

Bajo las grandes copas de los árboles que parecen estar en corro alrededor de la plaza de las Marinas está Gloria Rodríguez, una vecina cercana que todas las tardes visita el Fleming para tomarse un café. Hoy parece que hay fiesta en los veladores del bar. Un grupo de amigas, donde se encuentra Gloria Rodríguez, se ha reunido a tomar café porque una de ellas ha aprobado el carné de conducir. «Me ha costado bastante trabajo sacármelo», comenta ahora aliviada. Gloria no falla cada tarde. «Ella sí que es una asidua todas las tardes aquí», comenta Serafín desde el mostrador. «Siempre venía con mi marido, pero él ya no está y hay que sacar fuerzas de flaqueza. Así que ahora vengo con esta chica que me acompaña todas las tardes hasta aquí, me tomo mi cafelito y nos volvemos a casa», comenta doña Gloria Rodríguez. De la reforma sufrida en la plaza, Gloria y sus amigas son contundentes. «Nos gusta mucho más como está ahora. Al menos, los chiquillos que quieran tienen un pequeño lugar de juego. Lo malo es que está muy cerca de la carretera, pero nos gusta», comentan al unísono.

La plaza de las Marinas, con el bar, el supermercado y con el gran edificio de la Agencia Tributaria que está al otro margen del mar. Algunos vecinos comentan con cierta gracia que «es la única falta que tiene la plaza. Si no estuviera Hacienda ». Ya lo dijo el poeta en estos clásicos versos: «El mar ¿Sólo la mar!/¿Por qué me trajiste, padre,/a la ciudad?».