Miguel Román es un apasionado de la literatura. / TAMARA SÁNCHEZ
CÁDIZ

La literatura curativa

Un hombre que no regatea esfuerzos para escarpar la senda de la escritura creativa y plasmar sus experiencias vividas

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Miguel es uno de esos esforzados seres humanos que, tras haber pasado toda una vida redactando -con orden, con corrección, con rigor y con esmero- numerosos textos administrativos y jurídicos, ha decidido subir la escarpada senda que le conduce al espacio abierto de la escritura creativa, a ese horizonte en el que están situados los que se sienten llamados, ineludiblemente, a efectuar el milagro de compartir la intimidad individual e intransferible; a perderse por los vericuetos de la imaginación y a encontrarse a sí mismo; a crear lazos de amistad con seres distantes; a hacer partícipes a otros de las propias sensaciones, sentimientos y pensamientos.

Dotado de una indomable voluntad y de una férrea disciplina, pretende saltar las alambradas que cercan a los serviciales escribientes y a los minuciosos copistas, para dejar constancia, y para comunicarnos al mayor número de conciudadanos los ecos que en su espíritu despiertan los episodios que, con su pícara mirada, él contempla.

Miguel sabe muy bien que escribir es formular, de manera imprecisa e incompleta, las experiencias vividas, pero que, además, es abrir puertas y ventanas: las puertas de la libertad y las ventanas de la solidaridad; es cruzar los puentes de la incomprensión; es hacer posible lo imposible. A pesar de su dilatada experiencia, aún se disfraza de niño para, con sus ingeniosos versos, jugar con nosotros a descubrirse y a esconderse y, para, con sus travesuras, divertirnos iluminando y, a veces, oscureciendo los percances de la vida. Excelente gourmet, no se conforma con deglutir las sustancias que extrae de sus múltiples experiencias, sino que nos la ofrece para que, reunidos en un festín de amigos, las saboreemos con fruición.

Aunque ya hace algún tiempo que traspasó la barrera de los setenta, aún sigue estudiando con la misma dedicación que lo hacen los jóvenes a los que les faltan escasas fechas para superar las pruebas de selectividad, y es que Miguel está empeñado en mejorar su estilo literario con el fin de «buscar el tiempo perdido» y cometer algunas de las travesuras obvias, inocentes y perdonables que no perpetró durante su difícil adolescencia.

Amor por la vida

Es posible que éstas sean las claves que nos explican la razón de ese tiempo que le roba al día y a la noche para escribir y, así, evitar que se le olviden los asuntos más importantes de su vida: el amor y la amistad. «Escribir -nos confiesa- es una forma de hacer que permanezcan inalteradas las experiencias vitales, sin que influyan los cambios que experimentados en nuestra voz y en nuestro rostro. Escribir es una manera de curarnos, de recuperarnos, de vivir sin morir completamente». Ésta es la razón honda por la que se esfuerza para que, en sus poemas, quede algo -quizás lo más auténtico- de él mismo y, sobre todo, para hacernos a los demás partícipes de su vida, para confiarnos sus secretos, para comprenderse a sí mismo y para que los demás lo comprendamos a él.