opinión

Vuelta de Hoja | Donde da la vuelta el viento

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Las costas españolas han perdido el diez por ciento de banderas azules, pero tierra adentro se han perdido muchas más, con los chirriantes y queridos colores tradicionales. («A la bandera española le faltan blancos», me decía Mingote, una vez, hace muchos años, cuando estábamos los dos, como forzados, frente a las playas de Marbella).

No importa tanto el cromatismo como el simbolismo y las banderas han sido siempre señales de conquista. Hasta aquí llegamos. Las banderas azules de las playas indican su índice de salubridad, de calidad, de seguridad. Aunque estén cercadas de altos edificios fabricados por los tiburones de la construcción, nos garantizan que no vamos a encontrarnos con otros peces gordos.

Es una pena que ahora haya 44 menos que el año pasado. El viento va a echarlas de menos, en la misma medida que nosotros vamos a echar de menos a los turistas. Toda la vida española va a ir a menos, así en el mar como en la tierra, pero no vamos a ser los únicos. Las protestas, tan aireadas como justas, por la subida del precio del petróleo se han extendido ya a seis países de la UE. Los marineros que llegan en un barco con el pecho tatuado o sin tatuar, tienen algo en común: que no traen un euro en el bolsillo. Por eso han decidido aparcar su embarcación. Nadie va a poder decir eso de que el pescado es caro, porque no se va a poder pescar, ya que no trae cuenta.

Desde mi más dura infancia he visto pregonar por las calles la minería menor de los mariscadores y vender por las plazuelas los boquerones de aluminio y de sombra. Hasta los más pobres tenían acceso a esas cosas magníficas. ¿Qué le está pasando ahora al mar que no suelta prenda?

Quien no se embarca no lo cruza y ahora no pueden embarcarse porque no les resulta rentable. El mar negro del petróleo nos invade.