Cartas

José Tomás

Nunca habla a un micro, le tiene pavor, más temor a una alcachofa que a un miura, más pánico a la mirada de un periodista que a la de un astado.

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Le solté dos o tres preguntas rápidas todo lo que se puede y nada, me evitó.

El hombre que no le teme a la muerte, que rompe con todo, que entiende de peluches, que no reza, que no cree en supersticiones, quien define todo lo contrario a la cultura del toreo y su tradición machista.

En la tarde de Granada cuando enfilaba su furgoneta hacia el coso, le desee mucha suerte, me saludó con un monosílabo ininteligible, tímido, refugiándose en su furgoneta.

Y Granada estalló con tres orejas y un rabo. Concentrado en el visor de mi cámara me metía en su faena y comprendía el magnetismo entre el torero y el toro. Mas tarde Antonio Canales me lo definió «como cuando se para el reloj, quillo».

Arte y emoción, ¿quien da mas! Y el segundo le da un golpe lateral, sin cornada, sin revolcón, lo aparta de su trayectoria y él se agarra al toro, suspiros y ayes.

Luego volví a grabarlo en el hall del hotel saludando a sus fans, firmando. Intentando indagar de nuevo en su misterioso sentimiento. Allí, ante la presa a tiro, su apoderado Salvador Boix, me recordó, como si fuera una evidencia, que no, que el no concede entrevistas. Lo comprobé al lanzarle mi enhorabuena y como se sentía: mirada temerosa y esquiva. Eso es crear y preservar el mito con sus ventajas e inconvenientes.

Todo lo dijo Antonio Canales, allí, en el mismo hall, me dijo que no se puede decir. Amigos desde los quince años del torero, como el cortejo de amigos que le sigue, Canales me dice que el torero no tiene amigos, no es ni amigo de si mismo: ese yo que le busca la muerte.

Cuanto ha roto y rompe José Tomás y que alto ha puesto el listón taurino y como marca la diferencia entre el espectáculo y lo auténtico. Ahora todo empieza a entenderse.