opinión

El Comentario | Fanatismo patológico

Las democracias se fundamentan sobre el principio de racionalidad. Los actores públicos conocen al menos los rudimentos del Derecho y se ajustan a las reglas de juego, o se desentienden de ellas sabiendo las consecuencias de sus actos. Ibarretxe, sin embargo, no se comporta conforme a estas pautas. En ocasiones, actúa como si fuese el primer hombre sobre la Tierra, como si no fuera él mismo la consecuencia política de todo un ya largo proceso de institucionalización de este país. Y efectúa propuestas inefables, desconcertantemente absurdas, como el niño que pide las estrellas o el lunático que quiere el mar para bebérselo. El fanatismo patológico está evidentemente emparentado con el autismo.

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Primero fue el Plan Ibarretxe, una iniciativa que cualquier lego en derecho constitucional sabía desde el primer momento que era imposible de encajar en nuestro ordenamiento jurídico porque sostenía la existencia de una soberanía nacional vasca. Ya entonces necesitó Ibarretxe el apoyo parlamentario de la llamada izquierda abertzale para que su bodrio saliese adelante. Y Arnaldo Otegi quiso que no hubiese dudas sobre la paternidad de aquel apoyo: al anunciar los votos justos que permitirían la aprobación de la propuesta, leyó desde la tribuna de la Cámara una carta de Josu Ternera, ya prófugo, líder político de ETA. Lógicamente, aquel disparate fue desestimado sin la menor vacilación por el Parlamento español.

Después vino el mal llamado proceso de paz, que fracasó porque ETA exigió al Gobierno concesiones políticas a cambio del fin de la violencia, aberración a la que el Ejecutivo tuvo lógicamente que negarse en redondo. Y de nuevo Ibarretxe ha rescatado su propuesta original para reescribirla y relanzarla, ahora en forma de plebiscito. Nuevamente necesita los votos de la llamada izquierda abertzale, lo que le ha obligado a eludir en el enunciado cualquier crítica a la violencia y a ETA. Y otra vez reclama el reconocimiento de una soberanía nacional vasca que ejercería el derecho a la autodeterminación. El 27 de junio, el pleno parlamentario aprobará probablemente la iniciativa gracias al voto del Partido Comunista de las Tierras Vascas y con el voto en contra de los partidos no nacionalistas, que representan a la mitad de los vascos. El resto es conocido: el Gobierno recurrirá la ley ante el TC, que suspenderá la norma y dispondrá de cinco meses para desactivarla definitivamente. Ibarretxe, agraviado, convocará elecciones para tratar de ganarlas con sus argumentos victimistas. Es improbable que este viejo mensaje cale en una ciudadanía harta de fanatismo.

Por añadidura, Ibarretxe no ha mantenido una posición rectilínea. Ha vacilado en su criterio sobre si esta aventura había de emprenderse o no «en ausencia de violencia». Y, como ha recordado el especialista Florencio Domínguez, se ha desentendido de aquellas estimulantes declaraciones que realizó en 2004, después de la primera entrevista que mantuvo con el recién elegido Rodríguez Zapatero: no es posible «de manera unilateral aplicar la idea de la unidad del Estado, ni es tampoco posible de manera unilateral que las decisiones de la sociedad vasca se lleven a cabo». Cuatro años más tarde -subrayaba ayer Domínguez-, ha hecho de la unilateralidad la clave sobre la que se sustenta toda su estrategia política.

Lo sorprendente de todo esto es que su partido, el PNV, con Urkullu al frente, consienta a Ibarretxe el emprendimiento de este camino a ninguna parte, que ya ha costado al mundo nacionalista una espectacular derrota en las recientes elecciones generales. Ahora se ve con nitidez el verdadero sentido de la derrota de Josu Jon Imaz y su relevo por un personaje ambiguo y opaco, dispuesto a defender en días consecutivos una tesis y la contraria.

De cualquier modo, la obstinación produce siempre cierto desconcierto, y muchos observadores ya pensamos que es la misma patología social de la que proviene ETA la que mantiene encendida la llama de este nacionalismo fanático e irracional que está dispuesto a dividir abruptamente Euskadi en dos mitades con tal de no desistir de la utopía autodeterminista, arcádica y onírica, que contradice abiertamente todos los axiomas de la racionalidad democrática y que tiene en su haber el macabro saldo de casi un millar de muertos. Porque una vez más los amigos de ETA han sido llamados a pronunciarse en el Parlamento vasco. Una vez más el PNV reconoce tácitamente que son a su juicio los violentos los que han de mantener en la política vasca la principal iniciativa.