Editorial

Erosión popular

El primer barómetro del CIS tras las elecciones del 9 de marzo amplía la distancia en intención de voto entre el PSOE y el PP, que se eleva hasta los seis puntos cuando los socialistas se impusieron en las urnas por tres. Las derrotas electorales suelen comportar a posteriori un desgaste añadido para el partido perdedor. Eso parece reflejar la encuesta, realizada entre el 24 y el 30 de abril; es decir, cuando el liderazgo de Rajoy había empezado a recibir contestación interna, pero no con la intensidad que ha alcanzado a raíz de los reproches de María San Gil, el abandono de José Antonio Ortega Lara o las concentraciones ante la sede de la calle Génova. Paradójicamente, los encuestados expresan casi el mismo grado de desconfianza hacia el PP que antes de los comicios, mientras que Rajoy gana enteros en la valoración individualizada de los distintos dirigentes partidarios. En cualquier caso, es lógico pensar que la proyección pública de sus divisiones internas estará empeorando la percepción que tienen los ciudadanos sobre su capacidad para ejercer la labor de oposición en relación a la que recoge este barómetro del CIS. Una tendencia que contrastaría con la nula erosión que sufre el Gobierno, según la citada encuesta, y con el repunte de que disfruta el resto de las fuerzas parlamentarias.

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La dimensión que ha alcanzado el cuestionamiento de Rajoy, pero también la interinidad en que se encuentran los órganos directivos del partido hasta que se celebre el congreso de junio, han oscurecido el efecto de los cambios introducidos en el grupo parlamentario e impedido la articulación de una estrategia de oposición condicionada no sólo por el volumen de la diatriba interna, sino por las incertidumbres que aún rodean el futuro inmediato de la formación. Más allá de la lógica inquietud que sientan los afines al Partido Popular, la práctica inexistencia de un contrapeso parlamentario frente a la actuación del Ejecutivo socialista está afectando negativamente al óptimo funcionamiento del sistema en un tiempo de tanta incertidumbre económica y social. A pesar de ello, la acción del Gobierno, como demuestra el CIS, no sólo no se abrillanta con la ausencia de una oposición fuerte, sino que corre el riesgo de acomodarse en sus propios resultados mientras minusvalora el alcance de los problemas financieros y de empleo que empiezan a acuciar a miles de familias.