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Guerrilla vulnerable

La muerte de Manuel Marulanda, que las FARC reconocieron ayer atribuyéndola a un paro cardiaco, cierra un largo ciclo en la trayectoria criminal de la narcoguerrilla, aunque resulte prematuro extraer consecuencias definitivas de lo que supone para el objetivo de erradicar la violencia en Colombia y, de forma más inmediata, para la suerte de los más de 700 ciudadanos secuestrados. Las incógnitas que planean tanto sobre el motivo del fallecimiento de Tirofijo -el Gobierno no descarta que resultara herido en una de las intervenciones del Ejército- como sobre el poder real que ejercía el líder guerrillero más longevo del mundo no impiden interpretar su desaparición como un fuerte golpe para la castigada moral de las FARC. Especialmente cuando la organización ya había perdido en apenas unas semanas a dos de los principales lugartenientes de Marulanda -Raúl Reyes e Iván Ríos- y a la histórica Karina.

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La deserción de esta última, a la que se relaciona con el asesinato del padre del presidente Uribe, adquiere una nueva significación tras conocerse que Tirofijo ya había muerto cuando ella se entregó. El relevo de Marulanda por un dirigente sexagenario como Alfonso Cano y la confirmación por parte de las FARC de que proseguirán con su intento de desestabilizar el Estado a través de la socialización del terror no permiten albergar por el momento expectativas verosímiles de paz. Pero la desmovilización de Karina y de otros correligionarios no sólo constata la efectividad del programa del Ejecutivo para tratar de alentar las bajas en la guerrilla, sino que éste puede constituir un instrumento particularmente útil para aprovechar la turbación interna que habrán provocado el fallecimiento del líder y los éxitos de la política de firmeza desplegada por Uribe. Con todo, las expectativas que se abren sobre el progresivo debilitamiento de las FARC no constituyen ninguna garantía inmediata para la seguridad de los secuestrados, cuya pronta liberación sigue siendo el único gesto de distensión verdaderamente creíble que puede protagonizar hoy por hoy la narcoguerrilla. El recuerdo de las víctimas de Tirofijo requiere ahora de una mayor solidaridad internacional si cabe hacia el Estado colombiano y de la renuncia expresa por parte de países vecinos como Venezuela a mantener cualquier grado de connivencia o comprensión hacia un grupo terrorista que ofrece síntomas de vulnerabilidad.