LA RAYUELA

Delincuentes

Manolo tiene sesenta y tantos años, la mirada franca y la piel curtida. Su padre vivía de una parcela de concentración parcelaria y de las Hazas de la Suerte que se reparten entre los agricultores del municipio de Vejer desde que Sancho IV instituyera esta singular forma de asentamiento para favorecer la llegada de cristianos a los territorios de La Janda recién conquistados a los andalusíes. Como eran muchos de familia y no podían vivir de ello, se fueron con sus maletas de cartón y madera a Barcelona o Bilbao. Pero Manolo quería irse a la próspera Bélgica y como no tenía papeles, se los compró a un comisario que le facilitó un pasaporte y le confeccionó una ruta de viaje que contenía detalladas y precisas indicaciones para llegar a su destino: qué responder a las preguntas del revisor o de la policía, cómo pasar a pie la frontera de Port Bou, o arrojarse del tren en marcha al llegar. Muerto de miedo, cogió el tren nocturno en la estación antigua de Cádiz y en cuanto llegó, comenzó a trabajar montando un gaseoducto bajo la nieve, la bruma y la lluvia, añorando el sol y el mar.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Estábamos charlando cerca de donde se habían refugiado algunos de los emigrantes de Beni Melal, Senegal o Nigeria que llegaron la última semana en patera aprovechando la luna llena y la mar calma. "Estos chiquillos hacen lo mismo que nosotros hicimos entonces" dice este hombre, que hoy es dueño de una huerta y un negocio de hostelería que compró con lo que se trajo del norte y cuyas hijas son empresarias o licenciadas. Luchó y consiguió romper la maldición de la pobreza: el sueño eterno de todo emigrante; la fe que les guía en la travesía del Estrecho y la que les permite sobrevivir escondidos en la Breña o los Alcornocales.

Si en vez de llegar a España, hubieran llegado a Italia ya serían delincuentes y podrían ser condenados a cuatro años de prisión. Miro a Manolo, un hombre cabal y honrado como pocos, sin comprender que alguien le pueda haber visto alguna vez como un delincuente. Pienso en una familia que hace meses socorrió aquí cerca a unos inmigrantes y tampoco consigo encontrarles culpables (¿de solidaridad?). No consigo entender que se les pueda recluir sin juicio en prisiones llamadas eufemísticamente Centros de Internamiento durante año y medio antes de expulsarlos, ni que sus posibles delitos sean mayores porque los cometan ellos.

Quizás los verdaderos delincuentes no sean los inmigrantes, sino los políticos mafiosos y neofascistas que, envueltos en el hedor a basura, corrupción y droga de la Camorra napolitana, recrean el circo mediático del odio al diferente azuzando el miedo de gente asustada ante un mundo que cada vez controlan menos. Nada nuevo en la historia europea: retomamos el camino del ghetto.

Cuando la crisis económica no hace más que empezar, la inmigración está ya entre los principales problemas percibidos por uno de cada cuatro españoles. En la Europa de los mercaderes, que asiste impávida a la quema de asentamientos rumanos por turbas espoleadas desde el poder y los medios, podría eclosionar una nueva noche de los cristales rotos. Y políticos xenófobos como el italiano Fini buscarán una disculpa, como hicieron los nazis con el Incendio del Reichstag, para acusar de ello a los gitanos o a los inmigrantes sin papeles.