PARTES. la mitad de la calle San Miguel es peatonal y la otra mitad, por su parte, abierta al tráfico rodado.
CALLE VIVA SAN MIGUEL

San Miguel, el corazón del casco histórico

Es posiblemente una de las primeras calles que se crean al erigirse, tras la reconquista, una capilla cristiana

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Mitad peatonal mitad con un poco trasiego de tráfico. San Miguel tiene una calle que se desliza cuesta abajo hasta llegar al Arenal. Es por el Arenal donde la espigada figura de la torre se recorta entre las fachadas de las casas. Mientras, una procesión de naranjos presumidos parece que quieren subir hasta el templo gótico.

Tiene sabor el primer tramo de la calle. Da sensación de frescor en el verano y ahuyenta los fríos cuando arrecia el invierno. Y cogiendo el calendario de forma caprichosa, lo que no falta cuando se sube por la calle San Miguel es el olorcillo a pescaíto frito que sale de La Marea.

Son veintidós años y eso imprime carácter. Al frente del establecimiento está Manuel González El Chule, uno de los grandes entendidos en materia de mariscos y pescados de la provincia. «Llevo cincuenta años en esto, hijo ¿No voy a entender de lo que trabajo todos los días?», subraya mientras enciende un pitillo. Tiene encanto el salón de La Marea, donde por las noches da gusto sentarse a saborear los tesoros de la mar gaditana. «La calidad es lo más importante. Lo demás es segundario. Bueno, se me olvida algo más: hablarle al producto cuando lo estas cocinando», añade El Chule. La boca de la Isla es la gran especialidad de la casa. Pero no faltan en los expositores las gambas, las cigalas, los camarones o las cañaíllas. Y el pescado de toda la vida que se fríe como en pocos sitios. Acedías frescas, lenguado, choco, pijotas y puntillitas. Siempre huele a mar y a fritura cuando se pasa por La Marea.

Justo enfrente estaba el pequeño bar de Juan. Desde hace un año lo tiene cerrado porque llegó el momento de la jubilación. Todavía se recuerdan los huevos a la flamenca que se comían en este lugar, y cómo Juan le daba enjundia a sus tapas, cómo las vendía una vez probadas y cobradas. Mientras, su señora se afanaba para que los guisantes estuvieran en su punto y los famosos chorizos a la llama, también.

Hablar de la calle San Miguel y pasar de largo por La Única sería descabellado. No se entiende la calle sin este pequeñísimo comercio. O quizá la tienda tampoco se entienda sin estar justo en la división donde los peatones se separan del tráfico rodado.

Sanatorio

Allí esta Mercedes Cuadra. Se trata ya de la tercera generación de mujeres trabajadoras, aunque asegura Mercedes que «sus cinco hermanos también pasaron por la tienda aprendiendo el oficio. Yo era la soy la única hija y la más pequeña, así que no tenía más remedio que quedarme con las muñecas». Al frente un cartel que pone «Sanatorio de Muñecas». Allí han ido a parar cientos, miles de muñecas con las que han compartido sus juegos muchas generaciones de jerezanos. Bolsos que se arreglan, un paraguas que se rindió ante el temporal, un carrito de bebé que merece la pena recuperar o una simple maleta que ya no cierra. Todo tiene una solución en La Única, donde la creatividad reparadora fluye por las paredes. «Y todo eso sin contar con los miles de capirotes que hemos hecho para los nazarenos en Semana Santa», complementa Mercedes. Un ojo con la mirada perdida está metido en una caja sobre una repisa y despojos de brazos, piernas y cuerpos de muñecas inservibles esperan algún día volver a llamar la atención de un niño. Más de ochenta y siete años abierto al público dan para mucho. «Podría contar cientos de historias y de anécdotas. Habría, quizá, material para un libro», subraya Mercedes Cuadra tras el mostrador de la tienda.

La Única es única, responde Pepe tras el mostrador de La Parra Vieja. Otro clásico de Jerez. Posiblemente el decano de los establecimientos hosteleros de la ciudad. La Moderna se queda moderna al lado de La Parra. Ahí sigue el precioso botellero posiblemente hecho de caoba, sujetando botellas en el centro del mostrador circular del antiguo bar. Ahora está Pepe, desde hace unos años. Detrás de Pepe, una larga lista de camareros sirviendo anisetes, botellas de olorosos y brandies tras el café de la sobremesa. La Parra Vieja sigue vigente y con más fuerza que nunca.

Más arriba se escuchan las guitarras flamencas como si fuera un torrente de viveza. Manuel Lozano, El Carbonero, está dando clases en su academia. En el salón no faltan los muchachos que calientan dedos. Está Diego del Gastor en un bonito dibujo hecho a forja. Está la guitarra de cal, y me disculpo si en otro artículo llegué a escribir que faltaba entre los monstruos de la guitarra que El Carbonero tiene entre sus paredes. Errata saldada, mea culpa. «De momento, la crisis aquí no ha tocado a la puerta», comenta el guitarrista tras los cristales de su clase. No se para, gracias a Dios. Este profesional ha sido el artífice de que en la calle San Miguel hayan resbalado los toques de una bulería desde el año 75. «Al comienzo estuve más arriba. Después me vine con la tienda abierta ahí enfrente. Y ahora estoy instalado en el número 11 desde hace siete años. Siempre en esta calle donde he desarrollado mi faceta como profesor de guitarra», comenta. Tras las vitrinas los chicos siguen tocando, y El Carbonero saca a relucir su gracia natural cuando habla de los años que le restan de estar en la calle con la academia abierta. Larga vida al maestro Manuel. Sin duda, la calle no sería la misma sin su aportación tan castiza, tan flamenca y tan jerezana.

El último tramo de casas culmina con la casa de hermandad de la cofradía del Santo Crucifijo de la Salud, en el número 15. Dependencias modernas que no ha perdido, ni un ápice, el encanto de una casa antigua de Jerez. Buen trabajo del arquitecto Florencio Hiniesta, que redactó el proyecto de esta magnífica casa y que dirigió las obras sin cobrar un duro porque es hermano de la entidad, y los cofrades son así cuando de su hermandad se trata. Ahora, la cofradía que comanda el siempre afectuoso José Miguel Merino disfruta de una casa única, con salones para mayordomía, secretaría, sala de juntas y hasta un sótano para guardar las parihuelas. «No sólo al servicio de la hermandad, sino también para lo que necesite la parroquia», comenta Francisco Huerta, que nos enseña la casa.

San Miguel culmina con el grandioso pórtico del Sagrario y el de San José. La lucha contra los ángeles puede esperar. Nos quedamos con la calle, sus vecinos y con la belleza que desprende como marco o antesala de uno de los templos más importantes de Andalucía.