Opinion

Prisionera Ortiz Rocasolano

Los emperadores romanos mantenían en calma a la embrutecida plebe regalando trigo y entradas para el circo. Así podían dedicarse a los asuntos de estado, y a los suyos propios, mientras el pueblo analfabeto tenía el estómago lleno y era feliz viendo a los gladiadores matándose entre sí, o a fieras exóticas devorando cristianos. Han pasado veinte siglos, mil guerras y revoluciones, renacimientos, ilustraciones, decenas de nuevos imperios y todo ello para que España siga siendo igual que la antigua Roma; no por ser una potencia temida y respetada, desgraciadamente, ni por dejar en el mundo una impronta para la eternidad, sino por habernos convertido en un circo permanente para disfrute de una población rastrera y amoral que goza dando satisfacción a sus más primitivos instintos. En el siglo XXI el circo se llama «prensa del corazón», y las luchas de gladiadores se producen en los platós y delante de las cámaras de los paparazzis. Nada hay que objetar a quienes libremente entregan su vida al espectáculo, y comen de ello a costa de perder su honor e intimidad, a cambio de convertirse en ridículas caricaturas para el entretenimiento de la ciudadanía. Sin embargo, da asco ver cómo, ante el griterío y la excitación de la chusma, son lanzadas a la arena rosa de los nuevos coliseos personas que no aceptaron esa vida indigna, seres a los que, de un tajo, se les despoja de su privacidad y de su libertad; de su vida, en una palabra. Y todo ello bajo la comprensiva mirada de los poderes públicos, al abrigo del asqueroso corporativismo de los medios de comunicación, y jaleado por el ensordecedor frenesí de las masas vociferantes: «¿más carnaza, más carnaza, más carnaza!».

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«Derecho a la información», exigen desde sus púlpitos mediáticos los sacerdotes de la nueva religión idólatra, mientras van despachando un diosecillo tras otro para que sean adorados hoy y olvidados mañana; «Garantizado el derecho a la información y aplastado el derecho a la vida en libertad», conceden desde sus cátedras legales los altos siervos del sistema. ¿Ay de quien se resista!, ¿ay de quien se rebele!, pues tan sólo conseguirá humillación y desprecio por su osadía; ¿acaso no comprenden que las ruedas dentadas no pueden dejar de triturar almas ni un momento?

Giran y giran sin descanso los engranajes, y a su son los espíritus se corrompen como cadáveres bajo el sol, y las mentes se deshacen como castillos de arena bajo la marea creciente. El sistema se pudre, la curia se pudre y el pueblo se pudre. Ojalá pudieran, al menos, descansar en paz los injustamente cautivos y aquellos que están de su lado. Los demás, que disfruten revolcándose en las heces mientras puedan, antes de que el fuego y la barbarie vuelvan a traer la tenebrosa oscuridad a las ruinas de Roma. WWW.ACADAUNOLOSUYO.BLOGSPOT.COM