Barry Adamson.
Cultura

Música con imágenes

Barry Adamson asienta definitivamente los cimientos de su pop cinematográfico

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Sus discos parecen bandas sonoras, pero sus encargos para musicar películas suenan a atípicos discos de rock. Barry Adamson (Manchester, 1958) acepta esa ambigüedad asegurando que mientras dura el proceso de composición de sus obras no para de inspirarse en escenas de películas, series o cortos: «Pienso en mis discos como si fueran bandas sonoras de películas imaginarias», concluye.

Adamson lleva años perfilando las coordenadas de un estilo que ha acabado por identificarle de pleno. Ya en sus inicios con Magazine -especialmente en el segundo álbum de la banda, Secondhand Daylight (1979)-, como en sus colaboraciones con Visage o Nick Cave & The Bad Seeds, se advertía el sonido plástico de su bajo caminando hacia la búsqueda de atmósferas densas, a veces despiadadas, y elásticas. Pero es en su carrera en solitario cuando empieza a ensayar una escala ilimitada de géneros que, teniendo como icono de ida y vuelta la música de color estadounidense, no tiene escrúpulos a la hora de reacoplar armonías tras un proceso de mixtificación infinita en el que cualquier efecto es válido venga de donde venga. Blues, jazz, soul, funk, blaxploitation y sonido Filadelfia fueron los principales ingredientes de una indecisa primera etapa que empezaría a tomar cuerpo a partir de su cuarto álbum Oedipus Schmoedipus (1996), donde los sonidos aframericanos se enfrentaban a un mayor porcentaje de contrastes. Tanto en éste, como en sus posteriores registros -As Above, So Below (1998), King of Nothing Hill (2002), Stranger on the Sofa (2006)- la inmersión en tonos ambientales cercanos a las orquestaciones lounge al estilo de Esquivel y las atmósferas etéreas tan al uso en los scores de las películas de suspense se erigen en esqueleto de un combinado sonoro que engulle todo tipo de influencias sin que nada resulte indigesto. Precisamente es durante esas fechas cuando participa en bandas sonoras de mayor calado -Asesinos natos (1994), de Oliver Stone, y Carretera perdida (1997), de David Lynch, por ejemplo-, dentro de un periodo de irrefrenable hiperactividad creativa del que también saca tiempo para musicar series televisivas.

Back to the Cat hace hincapié en ese mismo tipo de argumentos reflejando las características de un estilo propio (pop cinemático lo llaman por ahí) que reparte sus credenciales entre la música cinematográfica (Ennio Morricone y Bernard Herrmann en la mirilla), el mood jazz británico de los 50 -¿alguien recuerda el film Absolute Beginners (1986)?- y un amplio abanico de connotaciones musicales afroamericanas. Con tales mecanismos, Barry Adamson ha sabido construirse definitivamente un universo propio en donde las canciones se encadenan sobre cuerpos instrumentales con grafía de orquestación a pesar de nutrirse básicamente de elementos pop.