CALLE PORVERA

El doble armario

Mi amiga Rocío se ha liado la manta a la cabeza y ya ha sacado lo mejor de su vestuario de verano para lucirlo en estos días de Feria. Yo no he sido tan atrevida, y aún ando a vueltas con el armario, debatiéndome entre dos temporadas y sacando el brazo por la ventana cada mañana tratando de testar la temperatura ambiental.

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Pese a lo sofisticado de mi método científico, sigo sin acertar. Eso me ocurrió el sábado, cuando di la primera vuelta de reconocimiento por el Real (sí, ya sé que dije que apenas me verían este año por las casetas), y pude comprobar que con el vestido de manga larga y cuello vuelto me había excedido. Tuve que echar mano del rebujito para evitar una desgracia mayor que la de unos sofocos incómodos.

El lunes pasé al otro extremo, y envalentonada llegué a la conclusión de que era el momento de jubilar los calcetines y los zapatos cerrados y pasar a las favorecedoras sandalias. Sólo tuve que dar un paso en la calle para replantearme la decisión y subir de nuevo a casa para volver al plan original.

Esta Feria tan prematura, con temperaturas templadas durante el día y noches frescas, ha conseguido trastocar mi norma no escrita de aprovechar esta semana de celebraciones para hacer el cambio en mi armario y en mi vestuario. Como me insistía Rocío, este año tendré que estar muy atenta a este tiempo de locos y navegar entre dos aguas.

Pero no crean que me quejo de este clima. Para mí, que nunca he llegado a acostumbrarme al amargo sabor de la cerveza, no hay mejor ocasión para tomar una copa de vino, mejor si es oloroso.